Ya he dejado caer por aquí alguna vez lo mucho que suelo disfrutar con mi profesión de periodista, que no suelo recomendar a los jovencitos, por cierto, en lo que parece un contrasentido que ya explicaré. Con sus pros, sus contras; con sus frustraciones y sus alegrías; con las impotencias y con las primicias. Y también con sus jornadas interminables o con la sensación de ser familiar cercanísimo de un producto en forma de diario de papel y otro digital cada día, cada segundo. De tantas y tantas cosas que a veces se pierde la perspectiva, afortunada o desgraciadamente, según la coyuntura.

Durante la semana he sentido algo especial, que en escasas oportunidades he experimentado a lo largo de los últimos casi 30 años. El pasado martes llamé a Antonio Jesús Domínguez, portero de las selecciones extremeña y española de fútbol 7 para paralíticos cerebrales. No es la primera vez que hago un reportaje sobre deporte especial, aclaro, pero desde luego que fue media hora alucinante al teléfono. Acabé con la sensación de que el chico, de 27 años, de Fregenal de la Sierra y con una historia de superación tremenda detrás, era una persona más integrada en la sociedad que yo mismo. Tal cual. Con una sobriedad y un respeto impresionante en cada respuesta, estuve muy cerca de emplazarle a llamarle luego porque estaba sintiendo una emoción fuera de lo común, muy cercano a la lágrima. Qué quieren que añada: Antonio es un ejemplo de vida, que se toma con una naturalidad y una entereza fuera de lo común. partiendo de la normalidad de alguien con una discapacidad.

En lo único que noté que mi portero era diferente era en la voz, pero sus explicaciones eran siempre nítidas. Lo que realmente me conmovió fue, créanme, que de vez en cuando mi interlocutor paraba de hablar, lloraba de emoción y seguía argumentando, tal cual. Piel de gallina.