La confianza de algunos políticos en que las prohibiciones solucionan los problemas alcanza en España cotas tan deslumbrantes que esa fe irrazonable resulta patética. Ahora le ha tocado el turno a los anuncios de prostitución, esa degradación social con la que quisieron acabar los asirios, los egipcios, los griegos, los romanos, los estadounidenses de América, sin ningún éxito, pero que ahora va a dar un nuevo giro prohibiendo los anuncios de prostitución en los periódicos, que es lo mismo que terminar con el alcoholismo impidiendo que las bebidas alcohólicas se publiciten. Por cierto, la cocaína no se anuncia y su consumo aumenta, a pesar de estar prohibida no ya su mención, sino incluso su transacción comercial.

Dicen que los niños pueden leer el periódico. En fin, ya nos gustaría que los niños y los jóvenes leyeran el periódico. Pero en la calle Montera, de Madrid, a ciento cincuenta metros de la Puerta del Sol, en pleno centro de la capital del Reino de España, docenas de prostitutas hacen la calle, a todas las horas del día, horas en las que pasan niños con sus padres, o solos, o acompañados.

En Alicante, a doscientos metros de la estatua erigida en honor a Canalejas , media docena de prostitutas, con vestuario de boudoir, exhiben la carne que pretenden alquilar y pasan niños dentro de los coches, que no tienen que leer periódicos para percatarse de lo que sucede. A mí no me resulta agradable que exista la prostitución, pero me molesta la hipocresía de las batallas inanes. Puestos a prohibir lo que me parece obsceno de verdad ese anuncio de suites de hotel a 3.000 euros la noche. Eso sí que es pornografía, pero para advertirla hay que tener más sensibilidad social y menos obsesiones sin diagnosticar.