A mi familia no le importaba en absoluto el nombre de la niña o el niño al que apadrinamos hace años, ni el nombre, ni el sexo. Siempre pensamos que dicho dinero, llegara donde llegara, sería bien recibido por aquellas personas que no tenían nada. Lo cierto es que desde hacía años, Maikol , nombre del primer niño que apadrinamos, formaba parte del salón de nuestra casa. Aquella foto era parte de aquel mueble y ahora no sería justo quitarla de golpe. Ni para el niño, ni para la familia que se había acostumbrado a ver la cara de Maikol. No sólo era eso, sino que egoístamente este niño de la foto servía de ejemplo cada vez que una comida no era del agrado de todos o cuando César , el pequeño de la casa, quería un nuevo juguete y le hacíamos entender que no se le podía comprar todo lo que se le antojaba y que debía tener en cuenta que Maikol no tenía ni siquiera lo necesario. Años después fue Julio el que ocupó otro pequeño espacio de nuestra casa en un marco para una foto que uno de los miembros de la familia había comprado. Sin conocer a Maikol habíamos considerado que podíamos darle un hermano tras la satisfacción que nos producía el sabernos útiles en algo. Fue entonces cuando Julio llegó a nuestra casa y cubrió otro de los espacios de las habitaciones. Es inexplicable la satisfacción que sentimos. No podíamos viajar a estos sitios a prestar esa ayuda humanitaria, pero estábamos convencidos que con estos apadrinamiento contribuíamos un poquito. Nunca habíamos sospechado cuando se nos advirtió que no le mandásemos paquetes con ropa o con juguetes, ya que confiamos plenamente en aquellas personas que servían de intermediarios. Por eso el día que saltó la noticia en los medios nadie de la familia daba crédito y era duro creer que habíamos sido engañados y que Maikol y Julio no eran más que una excusa para que unos indeseables ganaran dinero y que para ello no escatimasen a la hora de jugar con nuestros sentimientos.

Día tras día esperamos noticias fidedignas, esperanzadoras que nos indiquen que no hay problema y que podemos seguir confiados y que Maikol y Julio pueden seguir formando parte de nuestra familia. Y es que mi hijo César no entiende que Julio y Maikol desaparezcan de esos espacios que ocupan y los más mayores no sabemos explicarles cómo unos indeseables se aprovechan de la buena voluntad de mucha gente que creen que con estas acciones ayudan a otros que no son tan privilegiados, ni han tenido la suerte de nacer y vivir en un país menos necesitado. Aún cuelgan los paraguas de dibujos de uno de los muebles de la casa y que un niño y otro han mandado a esta familia en señal de agradecimiento, ¿podemos pensar acaso que hasta ese extremo de engaño han llegado esos intermediaros?, ¿es posible jugar de esta forma con los sentimientos? Si en verdad es cierto, a esto no se le puede llamar estafa, ya que no hablamos de un objeto material, sino de corazones y almas, porque además se ha jugado vilmente con los sentimientos de muchas familias de buena fe, que impotentes ante tanta miseria han creído aportar con su dinero, no el vil metal, sino un poco de colaboración para que esos niños y esas pobres gentes tuvieran un porvenir que paliase aunque fuera un poco su mala suerte y sus muchas miserias.

¿En qué podemos creer si esto se confirma? ¿Y qué hacemos ahora con nuestros niños, que sin ser de la familia hemos llegado a quererlos? ¿Y si es cierto, qué haremos con esos espacios vacíos? No es justo que se juegue así con los sentimientos ni de los que sufren ni de los que pretendemos amortiguarles ese sufrimiento.

*Responsable de Políticas parala Igualdad del PSOE en Badajoz