Autor teatral

Ya se sabe lo melindrosos y lo babosos que nos ponemos en cuanto llega la Navidad. Es más, con sólo escuchar los ecos de algún villancico, nos atragantamos con palabras que han estado desdeñadas durante el resto del año: paz, felicidad, prosperidad... Pues son llegar los fríos, y la solidaridad brota como la mala hierba en campo abandonado. Todo nos viene bien para ser solidarios y todos los colectivos están a punto de caramelo para ampararse en el paraguas de nuestra generosidad. Bueno, todos, todos, no; y algunos más que otros, eso sí. Entre los que no les hacemos ni puñetero caso, están, verbigracia, las más de 8.000 personas que no tienen dónde caerse muertos en una ciudad como Madrid. Mientras hay perros con casetas acondicionadas de calefacción, estos otros perros vagan por las avenidas intentando engañar al biruji del Guadarrama, que les persigue con ahínco, para doblegar sus huesos negros y crecidos al amparo del caluroso desierto. Tierno Galván les abría el metro, para que soñasen por lo menos con el viaje que soñaron antes de llegar aquí. Hoy los echan del suburbano y sueñan con un sol moreno y radiante bajo el edredón de cartón. Eso sí, la mitad no se queda pajarito, que Navidad es meseta y la meseta tiene muy mala leche y muy mala pelona. Entre los preferidos para practicar la solidaridad de estos días están los niños, las víctimas inocentes de este mundo tan desigual. No hay un actor famoso, un mierdecilla del famoseo, que se niegue a dar su cara y olvidar su caché, si de infantes hablamos. Y hacen bien, aunque algunos les importe un comino. Pues bien, Apadrina un niño se ha convertido en la canción de Navidad de este 2002 que da las boqueadas. Han sido miles los españoles que han caído rendidos ante el eslogan. Por sólo 18 euros al mes, un niño recibe una tutela, aunque sea a distancia y con un claro matiz económico. Pero, ¿qué importa eso ante la sonrisa de un niño? Lo de matiz económico es una chorrada como la copa de un pino, porque me dirán ustedes qué son 18 euros, en un país repletito de Carrefours. Lo que realmente importa es que se sientan niños. Nadie duda de que los niños, como los más débiles que son, sean los grandes sufridores de tantos países en conflicto. Lo que realmente importa es que sueñen niños. Que se levanten por la mañana y sepan que su único camino es el sendero que lleva a la destartalada escuela. Que aprendan a degustar su primer abecedario, como se aprende a degustar un enorme caramelo. Que sientan que no están solos y que la foto del extraño que se apoya en cualquier parte de la mísera casa, le está protegiendo, aunque sea por la módica cantidad de 18 euros mensuales. Que la enfermedad sea curada, que la desnutrición se diluya como una mala pesadilla. Que sus cuerpos raquíticos comprueben la calidez del abrigo. Poco, poquísimos son 18 euros cuando se habla de un futuro para un niño. Tirado está el precio, si adivina uno sus risas y carcajadas.

Por causas como estas, están más que justificadas las babas y el melindreo. Incluso la Navidad. Yo fui uno de esos españolitos que caí ante el eslogan apadrina un niño . Mi vergüenza es que me dieron la satisfacción a precio de saldo. Barato, muy barato, si intento adivinar la sonrisa tan pura que producirá tan poco dinero. Feliz Año.