Han sido los cinco mejores minutos de la Historia desde que el hombre decidió destruir el Planeta para su autoenriquecimiento y pompa personal. Han sido dos siglos duros para el entorno natural. Mirando hacia otro lado, hemos permitido la contaminación de las aguas, la desertificación de los bosques, el calentamiento global terrestre, la destrucción de las costas y la erosión de la capa de ozono. Pese a ello, seguimos atónitos, esperando a que el vecino encuentre la solución.

Hipócritas seríamos si culpásemos a Estados Unidos, en un vano intento de convencimiento engañoso y limpieza ética. Tampoco hay que olvidarse de los países del cuarto mundo que, escondiéndose tras sus niveles ínfimos de vida, se niegan a regular los vertidos a ríos tan simbólicos como el Ganges o el Eúfrates. Es tarde para buscar culpables, pero no para poner soluciones.

Los cinco minutos de apagón generalizado han abierto muchas esperanzas para un futuro mejor. Por muy simbólico que parezca el gesto, los europeos hemos aprendido a sobrevivir unos segundos sin consumo eléctrico. Si hemos aguantado cinco minutos, es probable que en otra ocasión aguantemos media hora. ¿Por qué no? Nuestra absoluta dependencia mecánica se encuentra en nuestra mente, en nuestra tradición y educación. Por lo tanto, la dependencia es moldeable.

Sería absurdo parar el progreso tecnológico. En cambio, en nuestras manos está hacer del progreso y del bienestar elementos que respeten la naturaleza y no destrocen el entorno que nos queda. Cuando el hombre destruya el Planeta, será demasiado tarde. Aún, estamos a tiempo. Desconectemos la próxima vez diez minutos las corrientes eléctricas. Nuestros nietos lo agradecerán.

César Rina Simón **

Cáceres