Cuando vemos a los aparcacoches ilegales la mayoría de los ciudadanos pensamos que nacieron así, un poco desaliñados, con la mirada perdida, con gestos desacertados, y en ocasiones con serios problemas de equilibrio. No nos paramos a pensar que todas estas personas que se dedican a esto, es porque no tienen otra alternativa para conseguir la medicina a la que están habituados . Seamos realistas, ¿quién va a contratar a una persona con características de este tipo?, ¿tienen ellos su cerebro como para estudiar unas oposiciones y entrar en cualquiera de las administraciones públicas? La respuestas es no, y a veces, no es tan fácil convencerlos para que entren en algún centro de desintosicación, ¿qué padres no lo han intentado más de una vez?, y ¿cuántas veces han vuelto a recaer? La mayoría de nosotros tiene algún que otro conocido que ha tenido o tiene problemas de este tipo. Uno de estos chicos que se gana la vida de aparcacoches se llama Jaime . Jaime nació en una familia acomodada, sus padres ejercían en profesiones para las que antes se habían preparado en la universidad y tanto los padres, de uno como los del otro tenían suficientes recursos como para que no tuvieran necesidad de trabajar. Pero ellos, lo tuvieron claro desde que unieron sus vidas con el objetivo de formar una familia numerosa. Jaime fue el mayor de los cuatro hijos, y siempre fue como se dice vulgarmente, el ojo derecho de su madre, quizás por ser el primogénito, o tal vez, porque Jaime fue la primera experiencia para ella en eso de ser mamá. El caso es que Jaime era alguien especial, era muy sensible y muy cariñoso, sobre todo, para su madre a quien parecía venerar. En el colegio, Jaime siempre fue un niño tímido y apocado, aunque, según los profesores con una inteligencia fuera de lo común, pero nunca se prestó voluntario para nada debido a que la timidez vencía cualquier posibilidad de respuesta. Los padres de Jaime estaban muy satisfechos con las notas que el niño sacaba, primero en Educación Primaria, y después con la continuación de los ciclos correspondientes. Sin saber cómo, algo empezó a cambiar en el segundo curso de Bachiller, las notas iban aflojando y con ello las posibilidades de aprobar con buena nota la Selectividad para poder hacer en un futuro la carrera de Veterinaria que era la que Jaime deseaba. Siempre había sentido verdadera pasión por los animales, y pasaba la mayor parte de su tiempo libre en su cuarto junto a el perro que sus padres le habían regalado siendo muy pequeño. Entre Jaime y el perro se había creado un clima de tal complicidad, que los padres sentían temor verdadero temor cuando pensaban en los años que ya contaba el animal. Pero de esta preocupación pasaron a la otra de no saber qué era lo que le estaba ocurriendo a Jaime, el caso es que iba de mal en peor en los estudios, y no había forma de que el chico les explicara cuál era el problema. Pero como en muchas ocasiones, los padres no sabemos lo que hacen nuestros hijos cuando salen de la casa, y no es cuestión de sentirnos culpables, la mayoría de nosotros quiere lo mejor para ellos, pero no siempre lo conseguimos, y este es el caso de Jaime que fue metiéndose en ese mundo poco a poco, hasta verse totalmente atrapado, y con ello no solo va destruyendo su vida, sino la de sus padres, la de sus abuelos y la de sus hermanos y hasta la de su perro, ya que se tira meses y meses sin acudir a casa.

Su familia se siente impotente después de varios intentos frustrados y vive con la intranquilidad y el desasosiego de que cualquier día llamarán a casa para pedirles que vayan a reconocer el cuerpo inerte de su hijo, ese cuerpo al que dieron tanto cariño y tanto mimo y que un buen día, sin saber cómo ni por qué, se metió en un fango del que nadie, ni siquiera el respeto y la veneración a su madre, han sido capaces de sacarlo.

Desde que Jaime cambió su mundo, lleno de inquietudes y deseos de futuro, por otro de miseria y del favor de lo ajeno, su perro ya no mueve el rabo y espera día tras día detrás de la puerta a ver si llega su amo, y si lo hace en condiciones de hacerle una caricia o sacarle a pasear como antaño.

Jaime, falleció hace pocos días, unos días antes que su perro, y su madre sigue preguntándose en qué fallaron y por qué no pudieron poner remedio. Lo que está claro es que Jaime, antes de caer en el mundo de la droga, fue un niño normal al que nunca le faltó cariño. Por Jaime, y por otros tantos, no seamos indiferentes a todo esto, porque nadie está ajeno a que un mal día, tu hija, tu sobrino o tu hermano pueda caer en manos de esa maldita adicción que más tarde o más temprano les mata.

*Secretaría de Políticas parala Igualdad del PSOE