Decía Maquiavelo que "la apariencia es el disfraz perfecto en nuestra sociedad imperfecta". Se refería a la sociedad del siglo XVI, pero desde entonces la sociedad imperfecta se ha ido perfeccionando en lo chanflón, hasta tal punto que hoy casi todo es virtual, menos los impuestos. Los programas de los partidos políticos, las profecías económicas, el amor terreno, parecen construidos por tejidos inconsútiles, pero el Impuesto de Bienes Inmuebles es tan real como el IRPF.

De la misma manera que el matrimonio es una sociedad de dos para resolver problemas que no se plantearían de no vivir juntos, la sociedad es la reunión de muchos con objeto de poder obtener servicios que no podríamos afrontar por separado. Como somos tantos tenemos que delegar, y aparece la Administración, con mayúscula, que con la excusa del bien general va ahormando, constriñendo y recortando nuestras libertades individuales, y nos dice cómo tienen que ser las puertas del ascensor de nuestra casa, qué días podemos comprar, a qué horas, y cuánta colonia podemos llevar para subir al avión.

Todas estas actividades se llevan a cabo con la aportación de nuestro dinero, y el gran delirio llega cuando el administrador abre la caja y se pone a prometer lo que va a hacer con la fortuna que le hemos entregado, como si fuera suya, o procediera de un familiar. En esta carrera de despropósitos, donde los gastadores de nuestro dinero parecen los buenos, y el prudente administrador parece el malo de la película, si quitamos la apariencia, si despojamos del disfraz a los actores, el bueno, el discreto, el que demuestra algo de sentido común es ese señor sensato, llamado Pedro Solbes , constructor, junto a Rato , de la prosperidad de estos años. Y los aparentes benefactores, ebrios de generosidad con el dinero que no es suyo, son los irresponsables que pueden llevarnos al endeudamiento. Y, entonces, echaremos las muelas.