Al pie del castillo de Nogales perpetraron una caseta para observar pájaros, pajaritos y pajarracos. Una manera simpática de quemar dinero. Lo único digno de admirar sería el que alguien tuviera la pajolera idea de esconderse en la tal caseta cuando castiga el sol, hecho este último, que suele ser lo más frecuente en Nogales. Al menos los más de los días. Y las más de las noches, porque por las noches el sol se queda clavado como castigo por doquier. Se trata de una caseta oscura, un a modo de barracón de campo de concentración. Fea. Los cristales rotos. Los carteles con las leyendas quemadas por (por supuesto) el sol. Visto el castillo, vista la caseta, uno se sorprende de cuán grande fue la herencia de nuestros mayores, cuán pequeña la nuestra. Es evidente que en lo alto de Nogales (Extremadura) la obra del hombre del siglo XV supera con mucho la del hombre del siglo XXI.

Desde el alto se ven los caminos. A la fuga. A Zahínos, a La Parra, a Higuera de Vargas,… La Extremadura de adentro, enchufada a una máquina de oxígeno, medio viva, medio que me voy. Desde lo alto del castillo se ven mejor aún los caminos, los que te llevan fuera, los de irás y no volverás. Sopla el viento en soledad. Y nada más.

Tenemos piscina y casa de la cultura. Gracias sean dadas a los señores del más allá que tanto nos dan. Tenemos tiestos por las calles con arbolitos podados a la versallesca. Gracias, mil gracias,… En silencio vamos viviendo. Me pregunta un viejo y le contesto. ¿Dónde se fueron los jóvenes? A la conquista. ¿Les he dicho que tenemos casa de la cultura? La piscina tiene bar. En piscinas vamos a más, pero en bares a menos. ¡Malditas sean las hormigas!

En Nogales está enterrado Pierre Brun. Y ¡pum! Un tío listo. Nogales es un buen sitio para morir, lo mismo en invierno que en verano. Con su cementerio a pie de castillo y cerca de donde Dios recibe. Nogales, tan cerca de Dios y tan lejos del mundo, yo deletreo tu nombre como Blas de Otero deletreaba tu nombre, España. Soberbio cementerio del que cuelga, cual excrecencia, una caseta de avistar aves llegada a bordo de no sé qué fondo europeo. Nadie con quien hablar. Ni cura ni seglar. Ni militares ni paisanos.

¿Qué hemos hecho mal?

Desde aquí arriba, por las noches, al otro lado de los barrotes, se ve Almendralejo iluminado. Desde aquí arriba malo será que alguien te oiga si hablas. Aquí, en primavera, todo son flores, como si todos los días se casara alguien. Pero está tan lejos la primavera… Casi tanto como Madrid.

En este Macondo extremeño tenemos pantano y resignación. Más de los segundo. Tenemos un habilitado de clases pasivas que bien mereciera una caseta para su mejor avistamiento. Deberían venir a Extremadura forasteros de toda laya,... aunque solo fuera para ver al habilitado. A pie o en tren. Donde esté un buen habilitado de clases pasivas que se quiten todos los juegos de tronos que en el mundo han sido. Un día de estos --a lo mejor-- viene alguien. Lo suyo, entre tanto, es salir corriendo, ladera abajo. A pie o en tren. Camino de Zafra, que es puerto de mar (o casi). Nogales, deletreo tu nombre; la higuera y el jazminero. ¡Qué invierno tan largo te aguarda! El sol y, en el retrovisor, la línea discontinua del adiós. Quizá algún día suban niños y canten, con voces de cristal, niños y niñas, benditos, sin sombra de sospecha,… Benditos extremeños... Aplaudan, que conviene tener contento al amo, pero al irse, a pie o en tren, no olviden trancar la puerta, por si acaso volvieran. ¡Qué buenos son los que nos llevan de excursión!