Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Los españoles a diferencia de alemanes, franceses o portugueses, tenemos que cubrir de manera permanente el frente de la Unidad del Estado, tarea imprescindible en la que ciertamente gastamos muchas energías, pero que hemos de asumir, y creo que asumimos con una naturalidad serena, nacida de la firmeza que da la convicción de sentirse inmerso en la defensa de unos valores compartidos por la inmensa mayoría de los españoles.

Los españoles queremos y defendemos la Unidad de España, en el respeto de su variedad, pero con el profundo sentimiento que España, y lo español, están más allá de sentirse andaluz, vasco, extremeño o catalán. Es el denominador común de todos, con el que se nos reconocen en el concierto internacional y nos identificamos en el nacional. Pero sobre todo, es un sentimiento, un noble sentimiento, que nace de la voluntad abrumadoramente mayoritaria de nuestro pueblo, es una cuestión pues de soberanía popular. Y la soberanía popular se materializa, o bien directamente vía referéndum o a través de los órganos representativos del pueblo.

Y en esta semana que ha acabado, uno de estos órganos, la Diputación Foral de Alava, ha aprobado una proposición de Populares y Socialistas, por la que Alava pide la exclusión de la Comunidad Autónoma Vasca, si el Plan secesionista de Ibarretxe sigue adelante. Y uno no tiene palabras de encomio suficientes para felicitarlos como se merecen, tanto a los socialistas como a los populares alaveses por su iniciativa. Desde el Partido Socialista se están haciendo considerables esfuerzos, por establecer un marco convivencial que conserve los elementos identatarios de España y lo español, y en este sentido va el documento de Santillana. Pero desgraciadamente se choca con la total incomprensión, tanto de los nacionalistas vascos como catalanes, que son los que realmente crean problemas, ciertamente más agudos los planteados por los primeros. Pretender que se entienda un sentimiento, cerrándose a no entender mínimamente el otro, es buscar la segura confrontación. Nuestra España plural, respeta y reconoce a través de sus respectivos estatutos de autonomía la personalidad de los distintos territorios, los derechos específicos de sus ciudadanos y la salvaguarda de las especificidades culturales, y muy particularmente en el caso vasco y catalán.

Los perfeccionamientos en el marco constitucional son siempre posibles, alguno de ellos como la reforma del Senado deseable, pero lo que nunca va a ser de recibo es la violentación rupturista de la Constitución, es decir la convivencia. Tampoco es de recibo adelantar una teoría y que todos la demos por buena porque se exprese con buenos modos. Una parte muy significativa de los españoles no se siente cómoda, en ese jardín dialéctico de Nación con mayúscula, nacionalidades con minúscula. Nación y Nacionalidades ambas con mayúsculas.

Nación de Naciones, ¿de verdad que es necesario todo este esfuerzo para poder convivir en paz? Detrás de nación o nacionalidad, ¿qué atributos asignamos? Un Estado, es siempre algo más que un nombre, si se quiere que sobreviva.

El peregrinaje de Ibarretxe con su proyecto rupturista, junto al desafío al Tribunal Supremo por parte del presidente del legislativo vasco, crea una situación algo más que incómoda, para la que no hay más receta que el cumplimiento de la ley. No perder la compostura mucho menos los papeles, decir simplemente no a lo que haya que decir que no, que en este caso es casi todo. Y huir de una tentación, una malísima tentación, que puede abrir una brecha peligrosa entre los dos grandes partidos en esta cuestión. La España plural es un hecho. Su unidad lo es también. Y estos temas están fuera del debate electoral.