Después de la explosión popular del 15-M, de la ruptura del sistema político con la aparición de dos nuevos partidos nacionales, y del escenario de inestabilidad creado en el interior de las organizaciones y en las instituciones, sería un verdadero suicidio colectivo que los responsables de los partidos interpretaran que la ciudadanía puede seguir esperando mucho más.

Los diez años transcurridos desde el inicio de la crisis económica (2008-2018) y los siete años que han pasado desde la impugnación popular del régimen político existente (2011-2018) no pueden ser interpretados por la clase política como un paréntesis sino como el principio de una nueva era que, además, lo es también en el ámbito internacional.

La lista de carencias y problemas es interminable en el país, y los retos pendientes con los que comienza este curso político son de una envergadura más propia de una transición política que de una democracia moderna consolidada. Son desafíos semejantes a los que tienen muchos países europeos y la UE en su conjunto, así como el mundo globalizado del siglo XXI. Pero no se pueden pasar por alto las especificidades españolas, ni diluirlas en estrategias a corto plazo, excusas relacionadas con terceros o inercias políticas que tengan que ver con intereses personales o ritmos internos de las organizaciones.

La aparente tentación de volver a un bipartidismo más o menos imperfecto, así como la idea de dar patadas al balón hacia adelante para ganar tiempo, son dos malas ideas para un momento tan extraordinario de la vida política en España. La ciudadanía necesita, desea y exigirá soluciones para problemas concretos aquí y ahora.

Prácticamente todos los partidos políticos han cerrado recientemente procesos internos complejos y muy duros emocionalmente, y si esa excusa nunca ha sido buena para dejar de ejercer la responsabilidad necesaria en circunstancias excepcionales, a partir de este septiembre lo será menos que nunca.

Comienza un curso político que nos augura tres procesos electorales de la máxima importancia dentro de pocos meses (Municipales, Autonómicas y Europeas), mientras paralelamente un gobierno que se sabe con fecha de caducidad cercana (menos de dos años) trabaja a diario con la espada de Damocles de tener que convocar elecciones con urgencia en cualquier momento.

Las maquinarias de los partidos se transforman profundamente en los meses previos a las campañas electorales, y se corre el riesgo de que pongan todo su empeño en pensar cómo ganar estos procesos sin que esté del todo claro para qué quieren ganarlos. De hecho, lo que queda de 2018, todo 2019 y quién sabe si parte de 2020, va a estar determinado por esta dinámica electoral que paraliza en cierto modo la acción política concreta sobre los problemas existentes.

Los cuatro grandes partidos españoles deberían comenzar el curso político habiendo comprendido que la ciudadanía no puede esperar mucho más, y que el punto de inflexión para una nueva crisis política, más grave que la anterior, estará en la percepción popular de que no existe voluntad real de llevar a cabo las profundas transformaciones que necesita el país.

Aquí y ahora son imprescindibles medidas concretas para atajar una precariedad laboral insoportable que impide la conformación de proyectos vitales y que nos aleja vergonzantemente del nivel de vida europeo. Aquí y ahora es necesario abordar a tumba abierta la igualdad de oportunidades efectiva en toda España, para que sea una realidad y no una utopía, de manera que el bienestar no dependa de la provincia donde vivamos.

Aquí y ahora es urgente practicar todas las reformas necesarias en las administraciones públicas para optimizar los recursos y ganar en una eficiencia que eliminaría por completo el déficit público. Aquí y ahora es inaplazable convertir la educación en una prioridad nacional, y no principalmente enfocada en el futuro laboral sino en la construcción de ciudadanía ética, comprometida con lo público, culta, cívica y con valores adecuados para construir país.

El consenso entre todos los partidos y la apertura de una dinámica constituyente sería el contexto ideal, pero si no somos capaces de crearlo, hay que empezar a tomar decisiones de calado ya, en cualquier caso: la vida de los españoles y las españolas no puede esperar más.