Cuando Argentina empezó a vivir el resultado del desastre económico y de la incapacidad de sus políticos a finales del 2001, una población que se sentía estafada y humillada gritó con una sola voz: "¡Que se vayan todos!". En las elecciones del pasado domingo se ha visto que nadie se fue, y menos que nadie Carlos Menem, uno de los grandes responsables del marasmo en que vive el país.

La única novedad relevante de estas elecciones es la de tener que recurrir a una segunda vuelta para dirimir quién será el nuevo presidente. Menem o Néstor Kirchner. Dos estilos distintos, dos programas económicos también diferentes, pero ambos hijos de una misma familia política, el peronismo, el movimiento político que durante buena parte de los últimos 50 años ha regido los destinos del país, desde el poder o desde la sombra. La grave crisis por la que atraviesa Argentina, una nación otrora rica en agricultura y ganadería y donde hoy se muere de hambre, no ha dado lugar a la aparición de un verdadero recambio. Sería espantoso que el país tuviera que hundirse más todavía para que apareciera una alternativa que barriera a su desprestigiada y corrupta clase política.