TSti se entiende que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio, no nos resultaría difícil colegir que una de las mejores armas para derrotar a ETA sería el silencio, o sea, justo al contrario de como se ha venido haciendo durante toda la historia de la democracia. Es claro que la banda terrorista pretende extorsionar al Estado, pero no lo es menos que se ensancha cuando consigue subir la crispación del pueblo. Desde sus ratoneras, el único método del que disponen para calibrar las repercusiones de sus deleznables actuaciones, es la medida en que los poderes públicos y los medios de comunicación dan hilo al pábilo con el asunto.

En contra de lo que se nos da a entender, estoy convencido que los mejores momentos de la banda fueron los angustiosos días de la cuenta atrás de Miguel Angel Blanco en julio de 1997. En aquellas fechas consiguieron su objetivo de un modo certero, hicieron ruido, nos indignaron hasta el extremo y nos humillaron con la puntilla de igual modo que nos humillan cada vez que consiguen sacarnos de casa para vernos sufrir como sufrió la viuda de Eduardo Puelles en Bilbao. Ellos saben bien quiénes les apoyan, lo han dicho las urnas en muchas ocasiones y esos no salen a la calle, esos disfrutan viendo gritar a la gente. Manifestaciones, prensa, televisiones, emisoras de radio-, no consiguen, a mi juicio, sino servir de plataformas propagandísticas gratuitas al terrorismo y catalizar las pretensiones de este grupo de locos.

Quizá debería irse pensando en un pacto soterrado para acallar esta barbaridad, un pacto de silencio de cara al pueblo sin pretender con ello olvidar las víctimas a su suerte, sino volcar al Estado con todos los medios que sean necesarios para ayudarles de un modo eficaz y persistente desde la más absoluta intimidad y, en paralelo a todo ello, y al albur de ese silencio, zurrarles sin cuartel con la misma contundencia policial que se viene haciendo en los últimos meses, con todo el peso del Estado de derecho y con un sólido consenso político, incluso plasmado mediante ley, que separe la lucha antiterrorista de las aventuras que puedan llevar a cabo los gobiernos de turno.

Es clara la ineficacia que han venido teniendo los minutos de silencio a las puertas de los ayuntamientos, pero no sabemos qué resultado tendrían las armas del silencio. De partida, uno de estos resultados no dejaría lugar a dudas: no les daríamos la pretendida satisfacción de vernos sufrir.