Actualmente, la frontera que separa la investigación tecnológica para usos civiles de la investigación con fines militares es delgadísima. Por ello, en la mayoría de los países desarrollados se fomentan los programas universitarios que profundicen en las sinergias entre ambos campos.

Es legítimo que parte de la universidad española no coopere por razones ideológicas con la investigación armamentística. Pero sería razonable que quienes fomentan este boicot calibren las cosas para que su movimiento se ciña al material militar destructivo. Porque si el rechazo afectase a todo lo que puede ser aprovechado de una u otra forma en la política de defensa, España incrementaría aún más su cara y peligrosa dependencia tecnológica del exterior.

Este país debe romper el tabú y empezar a plantearse sin simplificaciones, desde todos los estamentos, tanto sus necesidades tecnológicas como las de su política de defensa. La clase política no ha dado buen ejemplo y ha hecho mucho partidismo en la materia, pero no podemos continuar indefinidamente sin abrir el debate nacional que merecen estos temas dentro del complejo panorama internacional --político y científico-- en que nos movemos.