Catedráticode la Uex

Un cuaderno con anillas y un bolígrafo en la mano, son autores de estas líneas. Se escriben, casi solas, con la apacible quietud de una mañana de febrero, en la cima de un agreste collado de jaras, aulagas, retamas, alcornoques y encinas de coto Gómez, mirando a la Dehesilla, preciosa finca del sur de Extremadura. Recostado en una de las muchas viejas encinas, recorriendo con la mirada la luz de las solanas y los abrigos de las umbrías, viendo tanto campo, tanto silencio, tanta armonía, vienen a la cabeza sensaciones encontradas. Y duelen.

Vengan con la imaginación, vayamos juntos. Verán la sierra, iluminada por el sol. Sentirán la brisa de febrero atravesar la pana, hasta llegar a la piel. Mientras los ojos recorren las laderas, vaguadas, valles y suben a las crestas de los barrancos, desde un lomo a otro, por una y otra vereda, entre la humedad de la piedra, mientras recorren tanta belleza, quizá sientan dolor. Prendido por esa belleza, entre tantos aromas de la sierra, duele la trágica contradicción de la vida. Duele comparar las vidas, la de los privilegiados que podemos madrugar con las mañanas de nuestros inviernos y disfrutar sus olores, con la de millones de desheredados que inexorablemente van a padecer en sus carnes y corazones vivos, los dictados de algunos iluminados que creen que el poder de los votos les otorgan la fuerza de la guerra.

A estas alturas del ceremonial prebélico, se le pinchan en el alma las proclamas de la guerra, repetidas hasta la saciedad por el dueño del calabozo, el amo americano, protector de culturas, redentor de mundos libres, portador de la llama de la verdad, la que le otorga su supuesto dios, al que tanto invoca. Aromas de la naturaleza frente al azufre de la guerra. Belleza tranquila de los campos extremeños en una mañana de febrero, aún más tranquila. Esplendor que tiene una génesis segura, que puede ser producto de un Dios, de algún Dios, pero no del dios de Bush, a eso me niego. Ni el del ministro Trillo, "el ultra religioso justificador de guerras".

Los millones de españoles, decenas de millones de seres de la Tierra, que se manifestaron contra la guerra, la pretendida por el bravucón americano contra el dictador de Irak, no van a cambiar de idea por muchos acuerdos de mínimos que se nos vendan, los cuales huelen más a simples lavados superficiales de algunas conciencias que a firmes propuestas de una paz duradera. Razón primera frente a la última de la guerra.

Deseo que todo quede en un mal sueño. Y que todo el dolor por venir, sea el que en estos momentos siento, por no poder hacer nada ante los augurios mezquinos del vaquero, dios de la guerra, y ante la pleitesía de sus cómplices lacayos, cómplices de tan mal destino. Esos que se arrastran implorando una credibilidad que ya han perdido. Quienes miran con unos ojos hundidos y unos tenues movimientos de labios, delatores de sus mentiras. Quede fuera el plural por un momento. Entre tanto dolor, siento el dolor que me produce un político, venido a menos, dispuesto a hacer un inmenso sacrificio de responsabilidad para salvar al mundo de un pobre dictador. Pobre dictador, eso sí, erguido en la superficie de un mar de petróleo, por todo esos agoreros de la guerra pretendido.