Dramaturgo

Los genios tienen un problema, que hay que leerlos mucho para enterarnos que son geniales. Los pintores tienen el problema paliado porque con mirar lo que pintan sabemos si son genios o no, salvo mi amigo Rico que es un genio pero nadie comprende sus cuadros. Fernando Arrabal es un genio porque hasta lo dijo Ionesco y quienes conocemos su obra, sobre todo Jorge Márquez, sabemos que es un genio. Vino Arrabal a Mérida y con motivo de una charla sobre la España del 33, de cuando la Xirgú desmayaba el personaje de Medea de Séneca-Unamuno en el Teatro Romano, nos descubrió que Cervantes no era manco. Sucede con los genios, te esperas que te den una lección magistral sobre las partículas subatómicas y acaban inventando la lavadora. A Arrabal la República española le importa un huevo calderoniano, y la Xirgú es para él la antítesis de esa dama de colores que se le aparece todas las noches, por eso habló de Cervantes y de Pirandello. Cuando vino Arrabal a Mérida para decirnos que la República española era como una dama bajita de Badalona, hacía mucho calor y su esposa se desmayó en el peristilo del teatro. La Xirgú se desmayaba ante Azaña y España entera se desmayaba poco a poco delante de Fernando de los Ríos y del general Miajada. Nadie abanicó a esa República y acabó ahogada por el tórrido sol de julio maldito. Pero Arrabal seguía hablando de Cervantes y de Calderón y de Stalin, sobre todo de Stalin, y hacía un calor de mil demonios. Menos mal que Antonio Vélez y Rodríguez Ibarra consiguieron, en aquella noche de su juventud, hacer que vencieran los malos de siempre en el Julio César de Tamayo. La República no tenía pecholatas que modificaran su final.