"Gtallegos de lluvia y calma", los llamó Miguel Hernández . El lunes me senté a escuchar a ese gallego, hirsuto de barba que no de carácter, al que las encuestas auguran un futuro de poder --compartido con los mercados, Obama, Merkel , el FMI y los chinos pero poder al fin--. Rajoy no es atractivo, sonríe y habla raro. A los que me acusen de frívola respondo que la conjunción magnética de imagen y palabra es vital en política y don Mariano no la tiene. Al referirse Gloria Lomana a la escasa valoración pública del entrevistado contestó evasivo que estos tiempos luctuosos no están para dar sobresaliente a los políticos. ¿Asume su parte de culpa en la debacle o se considera injustamente equiparado a un presidente nefasto? Mucha gente percibe al candidato del PP como un español sentado esperando que le llegue su momento y al que le van a bastar los errores del rival hoy vencido y humillado. Aunque al asistir a su caída negándole el pan y la sal ponga en riesgo a España misma también vencida, humillada y lo que es peor intervenida. La periodista le transmitió con elegancia la chacota que inspira en los humoristas por antipatriota y vago. El con elegancia respondió sin ofenderse mas defendiéndose. Mi impresión fue que domina el arte de no pringarse y que se reserva las duras recetas para la recuperación. Sí contestó en el candente tema del terrorismo: apoyará a ZP, y en el de los 67 años: no lo apoyará. El gobierno dice que el retraso no es para garantizar nuestras pensiones sino las de nuestros hijos. Mas mi sobrina, como Rajoy, no entiende por qué si a ella la van a jubilar en edad senil a su padre lo mandan a casa con cincuenta y ocho años. Y yo no me fío, pues demostrado queda que la política es el arte de la contradicción. Por eso el PP, cuando es oposición rechaza congelar a los jubilados, retrasar su retiro o castigar a los funcionarios. Mas cuando es gobierno los que lo rechazan --tumultuosamente-- son los del PSOE, como en Murcia. En medio el contribuyente, el jubilado y el parado. Sin noticias de solución.