Vivir es un arte, o por lo menos una tarea nada baladí, y ni siquiera podríamos decir difícil, sino que tal vez se ajustan más las palabras: extraña, diferente y desconocida. De ahí el complicado ejercicio de definirla. Quizá por eso lo tengamos que entender como un arte, un juego de magia y configuración milagrosa. Ya puedes poner cuerdas, colchonetas, amarres, tablas de salvación etcétera, que por mucho que diseñes el escenario y las variables siempre hay algo que no sabes, que no esperas, que no entiendes. Eso acaba siendo este día a día, la sorprendente constatación de que vivir es no saber vivir. Todo esto que parece ser un saber común, un terreno trillado, no lo debe ser tanto, pues unos y otros parecemos estar constantemente sorprendidos al descubrir una última cosa que nunca es la definitiva. ¿O el único que no se había enterado era yo?, también puede ser, por lo que pido perdón y reconozco mi estupidez. Pero qué bien, por otro lado, que los estúpidos no hayamos perdido la capacidad de sorpresa, algo bueno debe tener. La cuestión es que parece ser que los únicos que ya sabían de qué iba el juego son los asesores o publicistas o responsables de marketing de las tiendas de cafeteras y complementos (pues mira si tienen) de Nespresso. No sólo es George Clooney , que tanto nos agrada a ellas y a nosotros, sino que si entras en sus tiendas te tratan como si fueras él, y tú te lo crees, y si eres ella, te tratan como si te esperara él, y te lo crees. Las maneras son de gente educadísima, de una amabilidad exquisita, de un comportamiento medido y meditado, con una sonrisa y una mirada apetecible y empática, es decir, que aunque uno no quiera te llevas la cafetera, los complementos y si te dejaran hasta la tienda. Pero ahí está la trampa, fuera de la tienda no hay nada, vacío. El arte de vivir.