Los ejecutivos de las grandes empresas suelen poseer unos títulos académicos procedentes de las más prestigiosas universidades, títulos que cuestan mucha pasta. Ahora bien, por muy caras que sean las maestrías que se impartan --diga masters si quiere pasar por entendido-- parece que lo único que les enseñan, sea en Harvard o en Machassuset, es que la manera más rápida para ahorrar costos es bajar las nóminas.

En correlación, Adam Schmitt , a finales del siglo XVIII, ya descubrió que lo primero que descubre un político, en cuanto toma posesión de su cargo, es que una manera sencilla y rápida de aumentar el presupuesto consiste en subir los impuestos.

El problema es que cuando se suben los impuestos el contribuyente se queda con menos dinero; en cuanto tiene menos dinero, disminuye el consumo; y, cuando disminuye el consumo, las pequeñas empresas comienzan a carecer de liquidez, o sea, van de culo , y cuando una empresa va de culo lo primero que hace es a) bajar las nóminas, b) despedir a parte del personal o c) cerrar. O sea, que vamos a crear el círculo perfecto: se subirán los impuestos para subvencionar con limosnas al parado, como consecuencia se creará más paro, con lo que habrá que volver a subir los impuestos hasta que alguien con sentido común, o muchos, perdido el sentido común, merced a la desesperación, se les ocurra hacer algo que corte este peligroso camino de asar la manteca sin que se nos convierta en un líquido derretido.

La molesta sensación de viajar en un vehículo en el que ni los economistas, ni los políticos, ni los que aguardan el turno de relevo (la oposición) saben hacia dónde vamos se ahonda cada día. El problema es que no nos podemos bajar, ni aportar soluciones, porque nos acojona quedarnos sin asiento, es decir, tener que viajar de pie, tras habernos quedado en el paro.