Existe una diferencia sustancial entre las inoportunas palabras de la comisaria de Justicia y las expulsiones raciales de ciudadanos europeos ejecutadas por el Gobierno francés. Las alusiones de Viviane Reding a los nazis pueden ofender, cabrear o indignar, por ese orden o al revés; pero no hacen daño a nadie. Las decisiones de Nicolas Sarkozy afectan brutalmente a la vida de gente que solo ha podido elegir entre ser gitanos explotados en Rumania o en Francia, por los suyos o en compañía de otros.

El error de la comisaria resulta de lo más conveniente para todos. Sarkozy ha podido ofenderse. Los todopoderosos gobernantes europeos han podido bajar la cabeza y mirar a otro lado, para no acabar con el problema en sus telediarios. Zapatero y Rajoy han reclamado respeto para las decisiones de un Gobierno democrático. Lo que deberían exigir es vergüenza, especialmente en un Gobierno democrático. Necesitamos a Francia en la lucha contra el terrorismo. Pero no a cualquier precio. Si la complicidad va a ser nuestro modelo de política exterior, mejor será aislarse. La política exterior es y debe ser diplomacia y estrategia, pero al servicio de valores y principios, no solo intereses.

Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son, decía Abraham Lincoln . La historia se repite. En los dicharacheros noventa, el Mediterráneo se llenó de barcos de albaneses que huían del desastre para estrellarse contra la indiferencia europea. En su película Aprile , Nani Moretti se lamentaba de que ni un político, de cualquier partido que fuera, se hubiera acercado siquiera a la costa a interesarse por los barcos de refugiados abandonados a su suerte. "¿Qué hacían los jóvenes comunistas en el 68? Miraban Happy days , concluía. Ahora lo que tienen no es una deficiencia política, es una deficiencia humana".

Si este es el bienestar y el progreso que simboliza Europa, a mí que me borren.