La hambruna que amenaza a Asia es otro gran mazazo a los grandes teóricos de los beneficios de la globalización sin cortapisas. El continente asiático, donde viven dos tercios de la población mundial, se ha puesto durante décadas como ejemplo de la bondad de las recetas liberalizadoras surgidas de los más sofisticados laboratorios de análisis económico de Occidente. La tesis funcionó mientras aparecieron, tras el singular caso de Japón, los países que copiaron su fórmula de crecimiento, llamados --en jerga financiera-- tigres o dragones. La posterior emergencia de China y la India como nuevas potencias industriales y comerciales que exigen su protagonismo en el reparto del poder global parecía confirmar que el modelo asiático, alabado desde Occidente, era el adecuado. Pero se les olvidó una materia prima: el arroz.

La reunión del Banco Asiático de Desarrollo en Madrid sirve de aviso: no hay que creerse el modelo de crecimiento oriental en su conjunto, porque descuida una de las necesidades más elementales: la garantía de alimentación para sus millones de ciudadanos. La escasez de arroz en países asiáticos densamente poblados es real y no responde tanto a una grave escasez por malas cosechas mundiales como a la cotización especulativa al alza de esta gramínea en los mercados mundiales de materias primas.

Como es imposible atacar de raíz este problema, la propuesta española en la cumbre de Madrid --seguida por EEUU y Japón-- de aportar más fondos a la ayuda al desarrollo de los países desfavorecidos de Asia sigue siendo demasiado modesta.