Escritor

A finales de año tuvo lugar en Badajoz un gran recital de cantautores que celebró el veinticinco aniversario de la Constitución. No fue mala idea. Al fin y al cabo, la memoria histórica reciente de los demócratas de este país está indisolublemente unida a sus canciones.

La música de fondo de la transición está compuesta por un popurrí de sus sones y de sus letras. Sí, distingo entre fondo y forma porque precisamente por eso se suele distinguir un cantautor de un cantante que no lo es.

Aquél atiende a la escritura tanto o más que a la melodía mientras que a éste eso le importa menos. Tan es así que suelen escribir la letra de sus propias canciones o, cuando menos, la toman de los versos de poetas afines. Habrá quienes prefieran la simplificación y se limiten a dar al término cantautor un mero carácter de compromiso político. Nada extraño: estamos comprobando a diario cómo algunos ven la naftalina en el ojo ajeno y no la caverna en el propio. Pero la obstinada verdad es que las canciones de este grupo heterogéneo y por suerte numeroso acompañaron, qué remedio, la lucha por la libertad de buena parte de mi generación y de la anterior y que por eso son parte sustancial de nuestra educación sentimental y estética.

Y ya se sabe que quien dice estética dice también ética. Me temo que quienes no se sienten identificados ahora con este planteamiento general es porque entonces estaban en otras batallas, por muy constitucionalistas que nos hayan salido.

Por fortuna, Extremadura ha aportado a ese movimiento cultural y ciudadano un par de nombres fundamentales: Pablo Guerrero y Luis Pastor. Dos hijos de la emigración que nunca han dejado de tener su cabeza en esta tierra.

Decía hace un momento que si por algo se caracterizaban los cantautores era por el cuidado que ponían en las letras de sus canciones.

En esto Pablo es el paradigma. Algo que viene demostrándose por demás estos últimos años cuando, alejado de la vorágine de las actuaciones en directo, ha empezado a dar a la imprenta sus libros de poesía. Conviene advertir cuanto antes que estamos ante un poeta, sin más adjetivos. Que sus composiciones poéticas se sostienen con la música callada del verso. Que nadie se engañe: ésta puede sonar tanto o más que la producida por los instrumentos musicales. Llega ahora a las librerías su última entrega, Los rastros esparcidos , publicada en la misma editorial que recopiló la poesía completa de Dulce Chacón: EllagoEdiciones (sic), de Castellón.

No este lugar, siempre lo digo, de hacer crítica de poesía. Me limito a sugerir, para quien quiera atenderme, una recomendación: que lo busquen y lo lean. Como Gil de Biedma, Pablo Guerrero empieza el primer poema del libro, titulado La aspiración de un hombre , con estas palabras: "Erase un hombre que aspiraba / a ser poema en todos los instantes, / y cadencia en la voz del tiempo en las palabras". Por lo mismo que se suele decir que una novela queda resumida y perfilada en su primera frase, sería pertinente expresar lo mismo de un libro de poemas. En todo caso, en éste se da.

El tono que marcan esos tres versos, una mezcla perfecta de emoción y sentido, sirven para el poemario completo.

Como no albergo ninguna duda en lo que respecta a su calidad literaria, me propongo sugerir a Gonzalo Hidalgo, corresponsable del Aula Literaria "José Antonio Gabriel y Galán", que el próximo curso venga a Plasencia a leer sus poemas. Simple y sencillamente por ser el poeta que es.