Las mafias de la emigración siguen buscando nuevos resquicios para continuar haciendo negocio con el traslado de miles de personas, para ellos simple mercancía humana, desde Marruecos a las costas españolas.

Primero su actividad se centró en Ceuta y Melilla, después multiplicaron los cruces del Estrecho y los viajes a Canarias. Ahora, ante la presión creciente de las fuerzas de seguridad de Marruecos en el litoral, han instalado astilleros de pateras y campamentos de espera para los viajeros en el Sáhara: construyen embarcaciones y ganan tiempo.

Hasta ahora, la persecución policial sólo ha reducido un poco la inmigración ilegal, que prosigue con métodos cada vez más arriesgados. Pero la desesperación continúa creando emigrantes. La mejora del control en las fronteras es necesaria, pero a largo plazo la única solución de fondo es reducir la abismal brecha social y económica que existe entre Europa y Africa.

Eso se llama ayudas al desarrollo, inversiones empresariales y apertura de mercados económicos. En caso contrario, los traficantes continuarán teniendo clientes, unos clientes que objetivamente son muy poco culpables de nada.