WEwl reconocimiento del derecho que asiste a Israel a defenderse, expresado ayer por el presidente Bush, otorga en la práctica carta blanca a los generales israelís para atacar el Líbano con la intensidad y duración que estimen oportuna. La posibilidad de destruir en suelo libanés los santuarios de Hizbulá, organización islamista financiada por Irán y apoyada por Siria, pesa más en la balanza de la Casa Blanca que la desproporción manifiesta del ataque de Israel, que ha llegado hasta bombardear el aeropuerto civil de Beirut. E igual sucede en el resto de Occidente habida cuenta de la contención con que han reaccionado los gobiernos europeos.

La debilidad de las estructuras políticas del Líbano, apenas recuperado de la guerra civil y de la tutela siria, que se prolongó hasta el año pasado, reduce al mínimo el coste de la intervención. El Gobierno libanés carece de recursos para defender su soberanía tanto frente a Hizbulá como --mucho menos-- frente a los blindados y aviones israelís, que han desencadenado un ataque sin oponente. Lo cual no significa que la operación no entrañe riesgos: un posible rebrote en el sur del Líbano de una guerra que parecía sofocada, y que la causa islamista reclute nuevos adeptos.