Cuando el hombre es incapaz de inventar algo novedoso que acabe con su aburrimiento existencial, recurre al pasado en busca de algún sueño efímero. En esta ocasión un grupo de ateístas se ha dedicado a llenar los autobuses urbanos con eslóganes filosóficos como éste: "Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida".

Vivimos una época en la que no es necesario que nadie nos invite a disfrutar, porque es una cuestión que está sobredimensionada en la esencia misma de esta sociedad. Actualmente, en las sociedades abiertas, las religiones han perdido el auge de otros tiempos y su misión ahora se reduce al ámbito de lo personal, cuando no a aspectos meramente formalistas entre lo folclórico, lo festivo y lo tradicional. Hemos pasado del tenebrismo teocentrista medieval a un moderno antropocentrismo tecnicista, pero con todo, el principal problema al que se enfrentan las religiones no es el ateísmo, sino la desidia, el hastío, el pasotismo, la indiferencia que una parte de la sociedad muestra hacia todo lo que signifique compromiso; por eso el reabrir el debate sobre la existencia de Dios, pudiera servir para reavivar en el ser humano un espíritu adormecido que le hace ser una víctima más de sus propias contradicciones, un idólatra que se deja arrastrar por la corriente de un politeísmo personificado en el materialismo, en el monetarismo, en el hedonismo y en un desenfrenado ansia de poder.

Independientemente de si se es creyente o no, la vida está llena de gozos y de sombras, de exigencias y de compromisos que coartan la libertad total del individuo en base a las obligaciones familiares, sociales o laborales que tiene contraídas, el ateo estaría libre del cumplimiento de aquellos preceptos morales inherentes al hecho religioso; a cambio de una orfandad que le hace carecer de ese finalismo que el creyente encuentra en la fe, algo que le sirve como apoyo a la hora de superar las dificultades y como estímulo para hacer el bien, toda vez que a cambio de él espera recibir un premio en el más allá.

Adscribirse al ateísmo buscando una mera descarga de la propia responsabilidad moral, supone pensar que el individuo sólo actúa movido por la comodidad y no por la convicción, semejante al que se hace apolítico no por desengaño o por cuestiones ideológicas o partidistas, sino por dejadez, o como aquel que decide ser analfabeto no porque se cuestione la utilidad del saber, sino para liberarse de la obligación de tener que aprenderlo. El agnóstico y el ateo de otros tiempos, no fueron personas descreídas que se abrazaron a esta corriente de pensamiento huyendo del compromiso, sino intelectuales perseguidos por la sombra de una tormentosa y metafísica duda existencial.

XLA RELIGIONx padece ahora las consecuencias de los excesos de otras épocas en las que acumuló una elevada dosis de moralidad, de normativa, de mandamientos y de prohibiciones que hacían del hecho religioso una carga para la conciencia del creyente, una cadena que le ataba a una disciplina ciega e incuestionable, una imposición que sustituía la imagen de perdón y de misericordia de Dios, por el temor a su mano justiciera. Sin embargo exceptuando la primera iglesia, nunca el hecho religioso ha sido tan auténtico como lo es ahora, porque surge libre y voluntario y no condicionado por ningún tipo de presión social, cultural o política.

La aparición de este grupo ateísta no constituye ninguna amenaza para el creyente, porque bajo sus eslóganes no se esconde el deseo de resucitar ninguna de aquellas viejas guerras de religión, ni realizar ningún tipo de proselitismo, simplemente se trata de dejar constancia de la existencia de otra forma de pensamiento que hasta ahora había permanecido silenciado y olvidado. No procede por tanto entrar en ningún tipo de batalla incruenta al objeto de contrarrestar este afán de notoria publicidad.

El término Probablemente que utilizan como fórmula introductoria, más que una duda, esconde una manifiesta forma de respetuoso acercamiento, lejana del fanatismo irracional de cualquier afirmación tajante, porque el ateísmo es una opción personal como cualquier otra y nada tiene que ver con una estrategia urdida en contra de los intereses de los que se consideran creyentes. El resurgir del ateísmo pudiera servirle a la religión para provocar en ella un proceso de reflexión, capaz de promover la regeneración de aquellos postulados y metodologías que el paso del tiempo pudiera haber dejado anticuados.

En la sociedad propia de un Estado aconfesional, la libertad de expresión y de creencias no sólo es posible, sino que es recomendable. Lo llamativo y lo novedoso en esta ocasión es el hecho de publicitar la no creencia en algo, es como si alguien, siguiendo el dictamen de una voz interior, se dedicara a anunciar la lista de las cosas en las que no cree, con frases tales como: "probablemente el deporte no es bueno, no te canses en practicarlo y dedica tu tiempo a algo mejor", el que leyera este mensaje pensaría: puede que sí, o puede que no, o todo lo contrario.