Hace unos años, en un master, uno de los profesores analizaba el servicio de atención al cliente de las empresas y el de telefonista. Ambos, en su opinión, eran vitales porque, digamos, representaban la puerta de entrada a la empresa. Incidía mucho en la necesidad de prestarles una atención particular porque de ellos dependía la primera impresión del cliente. Pues parece que este argumento se queda en la teoría porque, en la práctica, algunas empresas no son conscientes de que, gracias al clientes, sobreviven.

En esta época de ahorros y de superficialidad, los empresarios han decidido que los ciudadanos nos enfrentemos a máquinas para cualquier gestión; máquinas que te someten a una interactividad insoportable, sobre todo, cuando tienes cierta edad, para concluir con mensajes como «los sentimos, todos nuestros operadores están ocupados. Vuelva a llamar pasados unos minutos» y se corta la comunicación tras 10-15 minutos de tarifas telefónicas de alto coste. Y yo me pregunto: ¿no se puede hacer algo para evitar estos atropellos?