TNto va a misa, ni puede ver a los curas; no ha confesado ni comulgado desde su primera comunión. No pisa la iglesia en los funerales y en las bodas espera en la taberna: su vida no pasa por la iglesia.

Pero viene Semana Santa y al pueblo acude la gente que está fuera, para pasar unos días, atender a los padres que viven solos, y celebrar la Semana Santa. El piensa que ese es un tiempo para cuadrar la memoria con los olores de la infancia y los sabores de la juventud, con las procesiones y esquilas limpias que en todos los atardeceres primaverales llenan de fervor las calles. En estos días saluda con más vehemencia, invita con generosidad a los forasteros, se emplea con ellos en la partida y en la rememoración de aquéllos que han desaparecido.

El Viernes Santo no va al bar, ni a la partida. Permanece recluido en su casa. Al anochecer, la procesión del Cristo congrega a todos los vecinos; recogidos y silenciosos caminan al son de la esquila que tensa el silencio, y acompasa, codo con codo, a los paisanos; el Cristo se acerca, quedo, a su puerta y durante unos segundos el pueblo contiene la respiración esperando que salga de la casa, se coloque al lado del crucificado y avance, cabizbajo y taciturno, hasta la puerta de la iglesia: él, el ateo, no le ha fallado nunca al Cristo crucificado.

*Filólogo