No es la primera vez que EEUU y Corea del Norte han estado al borde de un conflicto armado. Ocurrió en 1994 y la crisis se resolvió con diplomacia aunque ambas partes entendieran cosas distintas en el acuerdo. Lo que alarma de la nueva explosión verbal entre los dos países con el uso de frases que parecen eslóganes de márketing cinematográfico es el calibre político de quien las pronuncian, que más parecen las de dos chulitos de barrio. Pionyang subió el tono de sus siempre grandilocuentes amenazas después de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobara el sábado una nueva ronda de sanciones económicas por el lanzamiento de misiles balísticos de alcance intercontinental. Esta nueva ronda cuenta con la aprobación de China, algo que debería hacer pensar a las autoridades norcoreanas que hasta su único amigo en el mundo cree que el despliegue armamentístico del régimen de Kim Jong-un es un error. En realidad, su escalada armamentística es una vía que solo lleva a un mayor aislamiento del que ya padece Corea del Norte.

Afortunadamente, en esta disparatada y peligrosa escalada está Rex Tillerson, el hombre que ha tenido que trasmitir calma a sus conciudadanos, pero también, y más importante, es quien debe buscar una salida diplomática a la crisis que es la única forma de salir de este atolladero que pone en peligro la paz mundial. Sin embargo, el secretario de Estado puede tener aquí dificultades con su propio presidente. La belicosidad de Trump se aviene poco con el sentido de lo que es una negociación y en este caso una negociación tan delicada con una contraparte totalmente irresponsable.

A Kim Jong-un no le interesa la diplomacia. Le interesa que se le reconozca como una potencia nuclear, mientras que las amenazas del presidente estadounidense le ayudan a compactar a los norcoreanos frente al enemigo exterior legitimando así su gobierno. Por otra parte, cualquier decisión o paso debe tomarse con los amigos de EEUU en la zona, en particular con Corea del Sur donde el nuevo presidente Moon Jae-in es un firme partidario de la vía diplomática.

Ninguna solución a la crisis de Corea del Norte es o será buena, pero lo que hay que evitar a toda costa es que una verborrea descontrolada sirva para aumentar una escalada que solo puede llevar a la catástrofe.