Creíamos que en lo tocante a bajeza moral lo habíamos visto todo; pero no es así. Conocemos ahora la historia de un conductor que ha demandado a la familia del joven al que mató en un accidente de tráfico por los daños que el cuerpo del chaval --tenía 17 años-- ocasionó en su vehículo, un Audi A8, para más señas. En su descargo este caballero, Tomás Delgado, dice que él también es víctima y que ha dado muchas vueltas antes de decidirse a demandar a la familia. El tiempo empleado en tomar una decisión así no puede ser atenuante, porque lo realmente grave es que haya llegado a plantearse una cuestión tan macabra.

Los actores de un procedimiento judicial se ven en la difícil tesitura de cuantificar cosas que no tienen valor material, como la vida. De manera indirecta, el abogado de este individuo ha puesto valor a la vida que segó su cliente: los padres del chico recibieron 33.000 de indemnización por su irreparable muerte, mientras Tomás Delgado pide 20.000 euros por la reparable abolladura de su coche. Es decir, cree que su Audi dañado vale dos tercios de una vida humana.

Anden prevenidos los cirujanos que un día tengan que operar a este ciudadano, porque es capaz de demandarlos por la cicatriz aunque le hayan salvado la vida. Y los profesores de sus hijos deberían pensarse dos veces un suspenso, porque el daño moral ocasionado a los chicos puede llevarlos ante un juez. Y los constructores: este hombre es capaz de sentarlos en un banquillo, después de pagar la reforma de su casa, por los destrozos ocasionados durante el proceso. Asimismo, los responsables de los concesionarios deberían medir la catadura de algunos compradores, porque, aunque sea de manera circunstancial, ligar su imagen de marca a gente de esta calaña no les hará ningún favor.

Sólo cabe esperar que la justicia ponga definitivamente algo de cordura en este episodio surrealista, que el juez que ha de dirimir la cuestión no sea un pulcro garantista, y que el abogado que pleitea no haya encontrado uno de esos rincones de la ley que permiten dictar sentencias que ponen en entredicho la justicia. Porque si es así, se sentará una jurisprudencia sobre los daños recíprocos que aprovecharán otros desalmados para pasar los gastos de munición o la factura del tinte del traje manchado de sangre a la familia del asesinado.