Hay quienes dirigen un partido, con su correspondiente proyecto político, organización mediante la cual aspiran a gobernar el país y aplicar ese proyecto. Y hubo, ha habido recientemente, quien ha intentado emprender el camino al revés y si para dirigir el PSOE era necesario entrar en la Moncloa como presidente de España, estaba dispuesto. Gobernaré el PSOE aunque para ello tenga que gobernar España, ha sido el gran delirio final --de momento-- de Pedro Sánchez.

Lo suyo es lo primero, consolidar un liderazgo personal y programa, pero intentar el viaje a la inversa es el epílogo de quien no pareció entender las reglas internas de todo gran colectivo; de una formación presidida en las últimas décadas por la sombra enorme de la federación socialista andaluza, o por personas conscientes al menos de la dimensión de esa penumbra sin cuya complicidad es difícil prosperar habida cuenta de la fragmentación del restante mapa nacional del puño y la rosa.

A los socialistas la rampa se les está volviendo un puerto de categoría más que especial. En el actual contexto de un Correa-Gürtel vertiendo con toda naturalidad los manejos del gran casino nacional de la corrupción, taparse la nariz con una abstención inconfesable es para cualquier partido que lo haga algo sin cabida.

El desparpajo con el que relata el personaje en el centro de la trama el gran guateque de confetis en forma de billetes de 500 euros, convierte en microscópica cualquier tragadera política que se pueda edificar a base de escalas en un discurso de primero permitir, luego favorecer, no hay otra, nos iría peor si vamos a elecciones, deslizar un concepto técnico, o los eufemismos que se quieran, para decir en voz alta y al final ‘abstención’ en ese hemiciclo Liliput junto al barrio de los Jerónimos.

La solución socialista, el sábado 22 en ese comité federal que muy probablemente va a producir una fractura de importancia porque hay un área de bases militantes muy extensamente contraria a las tragaderas que se quieren ejercer.

EL TREN. Un comité federal del PSOE que por desgracia coincide en la fecha, a la hora de pensar en ocupar espacios en medios de comunicación, con una cita importante en Badajoz para Extremadura, la manifestación por un ferrocarril mínimamente digno para esta bolsa geográfica del suroeste español donde para ir a la Corte y a la España que funciona, y a falta de otra cosa, medran los surtidores de combustible, las líneas regulares de autobuses, y ya entre la juventud las plataformas de consumo colaborativo para compartir coche.

No va a ser un Valdecaballeros, rebajaba expectativas desde el principio uno de los convocantes. A estas alturas ya queda muy claro que no, pero el problema no es que no le llegue a la suela de algunas grandes protestas de los ochenta, como esa de la central, o como aquella otra de la planta de pellets en Fregenal; el peligro es que no sea mucho más que un primero de mayo, sostenido por los cuadro sindicales, por los del único partido de cierta dimensión que ha mostrado apoyo público, el PSOE, y por un número indeterminado de extremeños que todavía se creen eso de la movilización.

Como a los de Ferraz con el juicio Gürtel, a los convocantes de la manifestación el contexto político que sigue empapado de tacticismo electoral no les ha ayudado. El PP ha despachado el asunto con un simple «es político», y sin este otro gran partido remando la nave no chuta, además de que no se puede ir a Madrid a reclamar si dejas detrás las aguas de Tajo y Guadiana divididas por la secular desunión extremeña.

Recordar solo que en Granada recientemente, y con menos motivo, se echaron a la calle entre 3.000 y 7.000 personas, según quien las contara, en una ciudad de 240.000 habitantes.