Ha causado tremendo escándalo el autobús del pene y la vulva, retuiteado al mismo ritmo que un insulto de Trump.

En Facebook se leyeron tantos oprobios contra los odiadores que parecía que reclamaran la pureza aria o el reconocimiento universal de la inferioridad de la mujer, y no solo porque el sexo débil nunca haya ganado un campeonato de ajedrez.

Una no entiende qué impulso redentor ha empujado a la organización a fletar el vehículo. Y como no cree que sea para salvar almas, lo atribuye a la rabia acumulada frente a lo percibido como exceso.

Con la repercusión mediática posterior, allá aparecía indignada la espigada señorita que, despechugada en la capilla, gritara lemas de amor universal tipo «¡arderéis como en el treinta y seis», protestando por que se comparara su gesta con el autobús odiador, acullá la justiciera alcaldesa lo paralizaba sin consultar a ningún magistrado.

Enfrente, el presidente anatomista se desgañitaba contra la «dictadura de género», amenazando con los tribunales por atentar contra su libertad de expresión, como si en la España de hoy, tal aviso pudiera tener efecto disuasorio, persuasorio o incitador a la reflexión.

Lo cierto es que los ideólogos de la cosa deben de saber que su verdad, pintada en naranja, no lo es.

La mayoría de los niños tienen pene y la mayoría de las niñas tienen vulva. Y hay también seres humanos, criaturas amadas de Dios, supongo para ellos tan creyentes, que nacen hermafroditas o cuya genitalidad no se corresponde con su sexualidad. ¡Oh, esas minorías inocentes de todas las épocas, albinos africanos, niñas indeseadas, discapacitados, cristianos en tierras musulmanas, judíos de antes, palestinos de ahora, orzoweis todos de la humanidad doliente, acosados por ser diferentes!

Medite un poco sobre el respeto a las minorías el jefe de Hazte Oír y programe más bien con su dinero actividades que fomenten el respeto y la integración. Porque si lo suyo no es incitación al odio sí lo es a la exclusión. Humildemente le sugiero.

* Profesora