TLto que ocurrió en Barcelona puede suceder en otra ciudad española, y no sólo referido al fluido eléctrico, sino a cualquier otro aspecto, desde la falta de agua potable por unas inundaciones hasta el caos del tráfico por un leve hundimiento.

La gestión pública está obsesionada por el brillo y el esplendor, y siempre parece más dispuesta a inaugurar una fuente luminosa que a invertir en la red del alcantarillado. El problema es que si la fuente luminosa se estropea no hay otra consecuencia que la estética, pero si las infraestructuras se han abandonado puede sobrevenir un desastre.

Una de las pruebas de la españolidad de Barcelona es que comparte con las demás ciudades este amor al relumbrón, donde parece que es mucho más importante la reconstrucción del Liceo que la realización de nuevas vías que alivien la congestión de los cinturones urbanos. Y es importante el Liceo, claro, incluso las fuentes luminosas, pero el gestor tiene la responsabilidad de prever las carencias y aliviarlas, aunque no resulte una tarea brillante.

Invertir más dinero en la limpieza sistemática de la red de alcantarillado no lleva consigo un acto público con corte de cinta y actuación de la banda municipal, pero es el único medio para que, ante unas inundaciones, se salven vidas y daños materiales. Parece que me refiero a los responsables municipales, pero este amor a la apoteosis de las inauguraciones y esta desidia hacia lo cotidiano o preventivo contagia la vida pública.

Los vendedores de imagen nos han convencido de que la forma es tan importante como el fondo, y se olvidan de que la gente lo que desea es que no le mareen con una solicitud, que le llegue puntualmente su paga de pensionista al mes siguiente de su jubilación, o que no le digan que su grave operación debe esperar tres meses para llevarse a cabo. O, simplemente, que, al entrar en casa, se encienda la luz, tras pulsar el interruptor.

* Periodista