Como embajador volante del presidente Bush, el señor Aznar recorre el mundo buscando apoyo a la guerra. Hoy irá al Vaticano, hacia donde la comunidad internacional mira expectante.

Misión difícil la del presidente español. Casi imposible. Pero si su amo le cree capaz, es lógico que lo intente. Quiere intentar la conversión del Papa, sumándole al redil de los que ven en Sadam Husein la encarnación de Satán. ¿No ha dicho muchas veces Juan Pablo II que el diablo existe? Si es así, su deber como jefe de los católicos es alinearse con el eje del bien, que encabeza el presidente norteamericano. Como apóstol de la causa que comparte con Bush y Blair, así argumentará su sermón el señor Aznar ante el Pontífice. ¿Logrará convertirle y que declare urbi et orbi que estaba en un error? Es la gran duda que planea en estos momentos sobre el universo.

Y, si le convence, le pedirá que haga valer su autoridad, porque poco se habría logrado si los obispos y curas siguieran condenando la guerra. El ideal sería que, católico que gritara "¡no a la guerra!" o que luciera una pegatina en el mismo sentido, quedara inmediatamente excomulgado, con la misma celeridad con que lo han sido los padres nicaragüenses que permitieron que abortara su niña de 9 años embarazada. No estaría mal tampoco que se premiaran con días de indulgencia las actitudes de los creyentes partidarias a darle a Sadam el trato que se merece.

A su edad, no esperaba el Papa hallarse con lo que le espera hoy. Que le hayan convertido en un heterodoxo, en el malo de un filme de vaqueros, con el bueno instalado en un rancho de Tejas.