WPw rovoca sonrojo que este país haya estado dirigido durante ocho años por un político capaz de frivolizar con una cuestión tan grave como los accidentes de tráfico y la mortalidad en la carretera. Y resulta doblemente frívolo que José María Aznar contradiga ahora la práctica de los gobiernos que él presidió y la política que, desde la oposición, aplica el PP en política viaria. Las irresponsables afirmaciones de Aznar de que la Administración no tiene derecho a limitar la velocidad de los automóviles ni a controlar el nivel de ingesta alcohólica de los conductores se produjeron tras una comida con miembros de la Academia del Vino de Castilla y León, en un ambiente de exaltación de las virtudes de los buenos caldos castellanos. Está absolutamente fuera de lugar que Aznar argumente que las medidas limitadoras de la velocidad y del alcoholismo al volante son contrarias a la libertad individual. Es lo que dicen los partidarios de que los norteamericanos puedan seguir armándose hasta los dientes, y ya se sabe con qué trágicas consecuencias. Por muy desprestigiado que esté, Aznar aún es un referente para miles de españoles, que no se merecen un ejemplo y un liderazgo morales tan deteriorados. Los dirigentes del PP optaron por el silencio y en esta ocasión al menos no le rieron la gracia; en privado alguno mostró su disgusto. El despropósito es mayor si cabe porque los gobiernos del PP tomaron decisiones en sentido contrario a las actuales posiciones de Aznar. Se rebajó el límite de la tasa de alcohol permitida y se agravaron las penas contempladas en el Código Penal para la conducción etílica. La incomodidad del equipo de Rajoy resulta comprensible.