Periodista

En El País, Peridis caricaturiza estos días al señor Aznar vestido de penitente. El atavío es muy atinado para estas fechas, pero no se adecúa al talante del presidente del Gobierno, que si tuviera que ir a una procesión su lugar no estaría entre los que imploran perdón por alguna falta u error, sino marcando marcialmente el paso con los romanos.

Uno no le ve arrastrando cadenas penitenciales, sino de centurión de la tropa del imperio, con la lanza bien en alto. Don Jose María no es de los que piden perdón. A los penitentes se les llama también nazarenos, papel que tampoco puede gustarle de ninguna manera, pues es un nombre que indica sumisión a Roma y a él le gusta estar con la gente que domina el mundo.

¿Por qué ha de pedir perdón, si siempre tiene razón y si son los demás los que están equivocados? No le va tampoco el capuchón que asegura el anonimato de los penitentes. La humildad, precisamente, no le distingue. Le gusta lucir su bigote saleroso y sólo hay que ver cómo posa ante las cámaras para que se le vea bien cuando le están enfocando. En un aspecto resulta apropiado el capirote. Al acabar en punta, su cabeza cobra la forma de la ojiva de un misil. ¿Cargada quizá de un mejunje de destrucción masiva, dispuesta a ser lanzada contra el señor Zapatero? Bien a gusto lo haría y seguro que esta imagen le complace plenamente.

Qué bien desempeñaría el papel de centurión estos días... Pasearía su arrogancia ante las multitudes y dando órdenes a la tropa llegaría a sentirse Julio César, vencedor de la guerra de las Galias, ya que no puede declararse vencedor de la de Irak, porque sus amigos Bush y Blair no le dejan. Seguro que estos días, entre sueños, se ha visto vestido de centurión.