Los extremistas británicos acusan a Tony Blair de "tomar el té con un terrorista". Este no es otro que su invitado, el presidente de Siria, Bachar al Asad (Damasco, 11-9-1965), sucesor del dictador Hafez el Asad (fallecido el 10-6-2000), quien, con el delfinato, instauraba la primera dinastía republicana en la zona.

El caso es que Bachar al Asad no quería dedicarse a la política. El era un médico oftalmólogo más proclive a las nuevas tecnologías de la información que a firmar decretos. Pero en 1994, cuando el hermano mayor murió en un accidente de tráfico, su padre le hizo prepararse para la sucesión. Mientras, su tío Rifat el Asad, que aspiraba a lo mismo, fue defenestrado y acusado de conspiración. En menos de cinco años, el doctor (así se le conoce también) ya era coronel del Ejército, requisito indispensable para gobernar al frente de un régimen basado en la milicia, en el partido único Baas (laico, socialista y panárabe) y en los servicios secretos. No en vano, desde 1963 rige el estado de excepción o la denominada ley de emergencia.

Cuando Bachar al Asad tomó posesión, fijó, entre otros, los objetivos de luchar contra la corrupción, desarrollar la economía y promover internet en la sociedad. Dos años y medio después, su prometido "cambio a través de la continuidad" tiene mucho más de lo segundo que de lo primero.