El atentado integrista de Yakarta, en Indonesia, como antes los de Bali, Arabia Saudí, Marruecos o Chechenia, constatan que el mundo es un lugar cada vez más inseguro y violento, al que Estados Unidos, en su condición de única superpotencia, no consigue dotar de estabilidad.

Catorce años después de la caída del muro de Berlín, el nuevo orden mundial no ha logrado resolver los grandes desequilibrios que alientan el terrorismo internacional. Nos hallamos inmersos en una peligrosa dinámica en la que se azuzan mutuamente la sinrazón del terrorismo suicida y la acción unilateral de la superpotencia que actúa al margen de la comunidad internacional.

El nuevo orden mundial vive una crisis profunda, con unas Naciones Unidas marginadas y demasiadas voces silenciadas. La ocupación de Irak y el atentado de Yakarta, aunque la conexión parezca remota, ilustran la enrevesada situación en que se mueve Estados Unidos. Las convulsiones de Irak e Indonesia incitan a construir un orden menos unilateral y más dialogante, que nos aparte de la senda del choque de civilizaciones. Está en juego la seguridad internacional, y eso no se arregla sólo con blindar nuestras fronteras y llenar de policías nuestras calles.