No hay nada como la lluvia para limpiar el polvo, renovar la atmósfera, aumentar el cauce de los ríos, que son las vidas que van a parar a la mar. Y todo parece indicar que las aguas vuelven a sus cauces y que el sol brillará en esta primavera de esperanza que se ha abierto en España.

Asistimos a los últimos coletazos para entrar en otra normalidad que los ciudadanos apenas distinguirán diferente, al menos de forma inmediata. Los que han perdido se aferran a sus convicciones, a sus teorías, lo cual entra de lleno en lo lícito y en lo lógico, sobre todo en los miles de cargos que de la noche a la mañana se verán en una condición nueva. Cuando Aznar se despidió del Congreso hace meses, solamente se dirigió a los bancos de sus correligionarios, por lo que fue criticado. Le faltó algo de generosidad --o grandiosidad-- porque el Parlamento representa a todos lo españoles. Pero el chasco, ahora, ha sido enorme, un salto abrupto, y restan rescoldos que tratan de avivar las llamas imposibles.

No creo, ni deseo ni espero que se produzca la persecución a que fue sometido Felipe González cuando fue echado del Gobierno tras el veredicto incontestable de las urnas. El PP, ya se ha dicho, representa a muchos españoles, a una mayoría que en cualquier otra consulta electoral puede recuperar el poder. También espero, aunque su trayectoria no avala mi deseo, efectúe una oposición razonable, que no trate de enconar y dividir. Baste recordar su acoso en la última etapa socialista antes de alcanzar el Ejecutivo y, sobre todo, su oposición implacable a la oposición parlamentaria en los últimos cuatro años para que la reflexión aplaque algunos ánimos extremos del partido conservador.

Los mensajes emitidos y recibidos en los últimos días han sido, no podía ser menos, contradictorios. Desde el aceptar democráticamente los resultados para, a renglón seguido, encastillarse en las falacias y argumentos falsos para no apearse del burro de la intransigencia y la mendacidad.

También hay que comprender al personaje, a ese Aznar atribulado y descompuesto, lleno de angustia. Reconocer sus fracasos sería como reconocer sus errores y mentiras. La culpa, de los otros. Kierkergaard decía que: "La angustia subjetiva es la angustia que surge en el individuo como consecuencia de su pecado". Y Eric Fromm : "Es menester reconocer la diferencia que existe entre los ideales genuinos y los ficticios, distinción tan fundamental como la que se da entre lo verdadero y lo falso. Todos los ideales genuinos tienen esto en común: expresan el deseo de algo que no se ha realizado, pero que es deseable para el desarrollo y la felicidad del individuo".

El ser humano se encuentra constantemente sometido a frustraciones, sobre todo si se es presidente de Gobierno y se planifica y se ata todo (o casi todo). Para resolver las tensiones, tras la más grande derivada del fracaso inesperado, se recurre a un mecanismo de autodefensa: la fantasía, que permite realizar deducciones (falsas) sobre los sujetos o hechos proyectados. Y la consecuencia es la fabulación, el relato imaginario presentado como si fuera real.

No habrá, por lo tanto, perspectiva inmediata para la autocrítica. Ni hace falta. Lo que es necesario es que el equipo que ha heredado el poder en el PP, a dedo, ahora en la oposición, recupere su independencia y encuentre su sitio. Y su tono, y su talante. Por el bien de España, como pregonan.

El tiempo, tras la lluvia de las urnas, es ahora del recién llegado. Y la presión, se ha visto, ha sido tanto desde el exterior como desde dentro. Resulta tan incongruente, cuando Zapatero ni siquiera ha sido proclamado presidente del nuevo Gobierno, que constituye un insulto a los votantes, los once millones que se inclinaron por el PSOE como los nueve millones y medio que lo hicieron por el PP.

Incluso Aznar , en su último mitin poselectoral, en Madrid, se permitió mantener su argumentación contumaz sobre el terrorismo y enviarle un mensaje a Zapatero. Y, desde aquí, nos atrevemos a rogarle al líder socialista que haga lo contrario, que por coherencia, por honestidad, nos baje del autobús en que nos han metido Bush y el acólito iluminado de Aznar, con la guerra de Irak. Y, por supuesto, seguir en la lucha antiterrorista, la propia, de ETA y la sobrevenida. Sin confundir y sin paranoias.

*Periodista