XHxa existido en nuestro país un pesimismo histórico asociado a una necesidad constante de reafirmación, justificado en los desencuentros, en la inestabilidad y en el antagonismo ideológico de otros tiempos; donde las precarias formas de vida empujaban al individuo a la más cruel de las deserciones: la deserción personal.

Es comprensible que seamos herederos de aquel hastío vital. Mariano José de Larra lo ponía de manifiesto en sus artículos costumbristas sobre el Madrid decimonónico. Lo que no es de recibo es que este pesimismo perdure hasta nuestros días, instalado en nuestra sociedad, en nuestra forma de pensar, de vivir y de opinar.

Un pesimismo que ya no es hijo de la necesidad, sino que obedece a un planteamiento injustificado, que se sustenta en la desilusión por todo aquello que no pudimos ser, en una descarnada forma de negatividad. ¿Qué parte de responsabilidad cabe atribuirle a los políticos en esta deriva? Ninguna, más allá de sus mensajes equívocos, de su machacona insistencia, del uso desmedido del catastrofismo como método empírico, tal vez fruto de sus ansiedades, de sus prisas, de sus miedos y de sus frustraciones, dejando a las claras un inequívoco reguero subliminal de negatividad que perdurará en la mente de quien les escucha.

Baste oír cualquier conversación relacionada con el tema político, por mucho que se hable, jamás haremos concesión alguna al partido contrario, no destacaremos en él ni un solo rasgo positivo, ni un solo aspecto digno de ser reseñado; como si hubiéramos aceptado como natural un maniqueísmo absurdo basado en la incoherencia, donde todo lo bueno está de una parte y lo malo de otra; como si hubiéramos renunciado conscientemente a toda objetividad, relativismo e imparcialidad en aras a defender la clara certeza de nuestras convicciones.

Parece que un razonamiento tiene más calado y más hondura intelectual cuando está urdido desde la mordacidad, cuando juzgamos dando por probados, hechos que sólo son fruto de nuestras elucubraciones. ¿Puede ser posible que no haya nada positivo en la gestión un político que lleva veinte años gobernando? Otra cosa será, que podamos estar o no de acuerdo con sus planteamientos.

Otro tanto sucede con respecto al tema de la juventud, desde una perspectiva realista, esta etapa está sometida a muchos niveles de riesgo, por la propia naturaleza de la época en la que nos ha tocado vivir, y son muchas las posibilidades que tienen de caer en cualquier fiasco, pero cansa oír constantemente posicionamientos catastrofistas de quienes pretenden ver en esta etapa, un mundo abocado al vicio y a la perversión, sin fijarse en aquellos aspectos en los que la juventud da testimonio de coherencia, de defensa de sus ideales y de un compromiso moral con el entorno. Si la juventud es tan mala como algunos pretenden hacernos ver ¿por qué todo el mundo pone tanto empeño en sentirse o en aparentar ser joven? Contribuyen a alimentar esta espiral de pesimismo y esta alarma injustificada, algunos medios de comunicación, quienes en el ejercicio de su derecho a la información, utilizan la exageración y el sensacionalismo, presentando hechos casuales, aislados y esporádicos, como si de algo cotidiano se tratara. Si nos asomamos a la televisión, es fácil verse envuelto en una serie de hechos luctuosos, en desafortunadas tragedias o en cualquier tipo de inesperada violencia. Sucesos que, en mayor o menor grado, han existido siempre, se nos presentan sobredimensionados ofreciéndonos un sesgo apocalíptico de la sociedad.

El pesimista es un ser que todo lo ve negro, sus frases preferidas son: aquí nada funciona , esto es un completo desastre , esto sólo pasa en este país ... Sus mensajes están cargados de connotaciones peyorativas hacia la mayor parte de lo que les rodea, hacia los derechos individuales de los demás, hacia las pautas de conducta, hacia las instituciones y las personas que las representan. Siempre es el otro el responsable de sus propios fracasos, como si una malsana intención inspirara siempre los actos de los demás.

Lo anteriormente expuesto, no debe ser interpretado como una justificación de los aspectos poco éticos que a menudo asolan nuestra sociedad, ni que haya que cerrar los ojos a la realidad y a la crítica, simplemente se pide para los demás la misma objetividad que para nosotros reclamamos. Cada uno tenemos el derecho a envenenarnos con las ideas que consideremos oportunas, pero de ahí a que en lugares públicos creemos un ambiente irrespirable con continuas exhalaciones de opiniones negativas, dista mucho. Sabed que el pesimismo contiene ingredientes que perjudican seriamente a la salud. La mejor terapia contra la amargura es caminar hacia el futuro con confianza en uno mismo y en lo que nos rodea, sabedores de que no debemos ser maximalistas cuando se trata de juzgar a los otros, y que para sobrevivir en esta jungla, hay que saber dotarse de ciertas dosis de tolerancia, de comprensión y de respeto.

*Profesor