Filólogo

Como tantas otras cosas, mi vocación baloncestista se murió un martes por la tarde. De aquellos fervores crecidos de la mano de Martín Fariñas vivimos los cacereños diez años durante los cuales mantuvimos una autoestima tan alta como los mozos de la canasta. Los dioses malevolentes y los malévolos gestores nos devolvieron la estatura al tamaño real.

El fervor por el deporte de la canasta crece ahora en la Perla del Valle, de manos de jóvenes, ilusionados y responsables dirigentes. Hoy se enfrenta al equipo cacereño en el pabellón Multiusos y parientes y amigos me han emplazado en el sitio para vivir la contienda y sobre todo para vernos. Uno que tiene repartidos sus días entre ambas ciudades tiene sus amores también a medias, lo que le obliga a distribuir las emociones y a observar de cerca cómo vuelven los encuentros calientes entre las dos.

Existe un narcisismo de las pequeñas diferencias, que introduce hostilidad en las relaciones de quienes más se asemejan entre sí: hacia los vecinos más próximos, hacia los habitantes del pueblo limítrofe, y hacia los habitantes de las ciudades que más se parecen, pero es un narcisismo, en este caso, que más que excluir, refuerza los lazos cordiales que siempre han existido. Los viejos aficionados al fútbol recordarán las contiendas vividas entre ambas aficiones en la Ciudad Deportiva de Cáceres y en el desaparecido San Calixto placentino, que han pasado a nutrir el imaginario deportivo de cada ciudad y a ser evocadas con añoranza.

El encuentro de hoy, en el que no hay que saldar antiguas deudas ni vengar pasados agravios servirá, no solo para afirmar la identidad de cada cual, sino para fortalecer la amistad entre dos ciudades que tienen en el baloncesto una razón más de encuentro. En lo deportivo, no me queda más que ir a favor del tópico: que gane el mejor, si es que el equipo arbitral se somete a los tópicos.