TLta experta en ciencias políticas, ya fallecida, la alemana Hannah Arendt , todo un referente del pensamiento del último siglo, expuso a lo largo de su trayectoria como profesora y escritora todo un planteamiento, y perdón por el atrevimiento de la aseveración, en relación a la equidad de la individualidad, a la importancia del alter ego, como ser crítico a uno mismo, el empeño y el compromiso del individuo por ser libre, dentro de un sistema y de una sociedad, no siempre con engranajes de libertad y de sentido común. Y lo demostró viniendo de una persona que fue apátrida, que por su condición de judía tuvo que huir de su país y que retornó, ya en las postrimerías de su vida, pero en la lejanía de un pensamiento poco crítico, a pesar de todo.

Tuvo una gran polémica, en torno al trabajo, que como periodista llevó a cabo para una revista estadounidense en relación al denominado proceso de Eichmann, donde manifiesta el concepto de la banalidad del mal, y de la perversión del individuo como conformante de un engranaje de la sociedad. Algo que la rebeló como persona y como pensadora. Esto que ocurrió y sucedió en la vieja Europa, y que no hay conciencia de volver a repetir. Debe hacernos pensar en torno a esa especie de banalización que a diario soportamos muchas personas sobre cuestiones y decisiones que no son expuesta a meditación alguna, y todo ello, bajo el aspecto de la inmediatez.

Todo parece banalizarse, por causa de repetirlo, de insistirlo y mostrarlo. Cuando una llega a visualizar imágenes duras de la indignidad de las personas, de esos largas caminadas de personas en busca de un bienestar mejor, las injusticias que proliferan por causa de ese siempre desequilibrio entre los privilegiados y el resto. Nos encontramos, como contraposición a todo esto, a pesar de esa larga enseñanza que nos da la Historia, con una falta total de pensamiento y criterio de crítica y autocrítica hacia lo que hoy podemos decir como banalización de nuestras vidas. Si asistimos a las nuevas relaciones sociales todo parece ya circunscribirse a las redes sociales, somos incapaces de comunicarnos individualmente, pero nos volvemos como una especie de pájaro parlanchín si lo hacemos parapetados en los múltiples sistemas creados por las denominadas redes sociales. Somos incapaces de mostrarnos tolerantes con los diferentes, política y socialmente, porque corresponde seguir banalizando relaciones parapetadas en lo no sé qué tipo de ideologías, que olvidan la condición humana como elemento de dignidad del individuo. Y así, vamos marcando todo un proceso de que todo vale, sin criterio alguno, porque la banalización es lo que nos da inmediatez a respuestas, que no existe y no se dan, a pesar de los avances científicos en la sociedad actual. Una sociedad que no ha sabido, aún, crear mecanismos de solidaridad entre los que se ubican en la sociedad del privilegiado y el resto del mundo. Quizás, por esto a algunas nos molesta, especialmente, cuando se trata de subdividir el mundo entre pobres y ricos, entre países subdesarrollados y desarrollados. Como si la frontera del individuo fuera cosa de lo más material, y no de falta de medidas y de acciones para evitar que los grandes desequilibrios mundiales se mantengan. Y cuando, después de recorrer muchos países, una se da cuenta que todo parece arreglarse con soluciones poco críticas y sí con estigmatizaciones de frases banales.

XEN ESTOSx días estamos observando como países y ciudadanos se disponen a votar o a ser críticos con la Unión Europea, no tanto por lo que ha podido y representa después de las grandes guerras, sino por la escasa capacidad de solidaridad entre los que están acomodados, y los que vienen a, quizás, cuestionarnos esa comodidad.

Arendt falleció en la década de los setenta y vivió gran parte del siglo pasado. Sus vivencias tuvieron mucho que ver con una etapa dura de nuestra historia de Europa, pero todo aquello que escribió y plasmó en sus charlas y conferencias, siguen estando muy presentes. Porque Arendt, nos introdujo en la condición humana, en su capacidad crítica, en el reproche a instituciones e instancias que banalizan la condición humana como un mero mecanismo de compensación de intereses. Como esos efectos colaterales de intereses, a los que siempre el individuo debe resistirse.