En Coslada había una banda de matones, extorsionadores, delincuentes y mafiosos que, casualmente, eran todos de la Policía Municipal.

Lo sabía el pueblo entero, menos el alcalde y el concejal de Seguridad que ahora se deshacen en aspavientos ante el malestar de los vecinos. Durante más de veinte años el consistorio de Coslada ha consentido que un malhechor, pues el jefe de la policía, al parecer, era el jefe del tinglado, permaneciera en su puesto sin ser destituido.

Lo preocupante de este caso siniestro no son las detenciones en sí; lo preocupante es pensar cuántos casos mas habrá en otras localidades de España como el de Coslada.

No hay que ir muy lejos en el tiempo para recordar lo que fue la guardia pretoriana que Jesús Gil se montó en Marbella, dedicada a expulsar a mendigos y prostitutas de las calles y así mantener un orden fascista que atrajera al turismo, mientras el jefe de la Policía Municipal participaba en el lucrativo negocio del enriquecimiento ilícito del que se beneficiaron todos los concejales.

Pese a que el alcalde socialista de Coslada niega tajantemente ninguna relación con el ´sheriff Ginés´ (así se le conocía en el pueblo), entre los vecinos queda la duda de si el jefe de los ´Dalton´ no conocería secretos inconfesables de todos los ediles que han ido pasando por el sillón municipal para que ninguno se atreviera a cesarle.

Según la Ley de Régimen Local, corresponde al alcalde nombrar y destituir al jefe de la policía municipal, que es un cargo de confianza, y comandar la organización y la estructura de la policía a sus órdenes. Pues bien, en Coslada no había cargos intermedios, sólo el jefe y los policías. Todo lo decidía Ginés, y los demás callados. ¿No es para sospechar?

La Policía Municipal es de los pocos cuerpos de seguridad que salió de la dictadura limpia de la mancha de represión que alcanzó a otros cuerpos. Era la autoridad próxima y amiga. Con escándalos como este y los que pueden aflorar, su imagen va a quedar desprestigiada.

Deberíamos levantar un monumento simbólico en recuerdo al coraje y el valor cívico de un grupo de prostitutas rumanas que, aún siendo las más débiles y desprotegidas, fueron las únicas que se atrevieron a denunciar a los mafiosos de la banda de Ginés.