WPw ara lograr una reforma del sistema sanitario que se arrastra entre escollos insalvables desde la presidencia de Franklin Roosevelt, el presidente Barack Obama dramatizó la situación, para recuperar la iniciativa política que había perdido en las últimas semanas, y pronunció el miércoles, ante el escenario poco frecuente de las dos cámaras del Congreso, el que parece ser, por su calado y por el asunto de que ser ocupa, el discurso más importante desde que se instaló en la Casa Blanca.

El desafío merece la pena y era inevitable porque la asistencia sanitaria a las persona enfermas no es sólo un imperativo moral, sino una promesa electoral y un ingrediente inexcusable de los derechos del ciudadano en una democracia avanzada. La situación no admite demora y hay que corregirla: nada menos que unos 46 millones de estadounidenses carecen de seguro.

El acuerdo en los principios choca con las discrepancias en los medios y ha sido sistemáticamente boicoteado por una minoría del Partido Republicano, que parece más interesada en torpedear el consenso, con el objetivo, más propio de guerra de guerrillas, de debilitar al presidente, que en ofrecer alternativas. El discurso presidencial fue tan firme en los principios como flexible en la forma, según aconseja la urgencia de acabar con la confusión de un debate mal planteado y resolver algunas discrepancias legítimas, como la existente entre la opción pública, preconizada por la izquierda y en la que insistió Obama, pero que recusan muchos norteamericanos de ambos partidos, y la de una seguridad obligatoria mediante compañías privadas que competirán por los subsidios, según el nivel de renta, y no podrán fijar condiciones excluyentes, con los ejemplos de Suiza y Holanda con amplio eco entre los congresistas.

"No perderé el tiempo con quienes han calculado que es mejor política eliminar este plan que mejorarlo", advirtió el presidente a los obstruccionistas, pero dejando claro que prefiere el debate civilizado a la acrimonia. Las mayores dudas, sin embargo, surgen en torno al coste fiscal del proyecto, cifrado en 900.000 millones de dólares durante los próximos 10 años, una cantidad insuficiente para cubrir a todos los que no están asegurados.

Obama estuvo menos convincente cuando anunció que su plan no disparará el enorme déficit de la nación y que bastará con el ahorro en los servicios para los mayores de 65 años y los indigentes, aunque sea el sistema más caro del mundo. Un seguro para todos los ciudadanos sin aumentar el gasto se asemeja a la cuadratura del círculo, pero los sacrificios serán inevitables si la nación más poderosa de la tierra pretende corregir de una vez por todas, y de acuerdo a un sistema social avanzado, una de las injusticias más flagrantes y tenaces.