En estos primeros días de septiembre estamos viviendo la barbarie del terrorismo integrista islámico, que tiene como bandera el salvajismo cruel y el chantajismo imposible. Poco le importa asesinar camioneros turcos, periodistas italianos o trabajadores nepalís; es más, cuanto más horrendo el crimen, tanto mejor, porque en definitiva de lo que se trata es de amedrentar, de dar miedo, de producir pánico. Como todos los fanáticos, bien desde la locura, bien desde el complejo, se sienten superiores al despojarse del instinto de vivir, despreciando hasta la náusea una cultura como la occidental, laica, con igualdad entre la mujer y el hombre, y en la que la libertad y la vida son los valores supremos.

Nos equivocaríamos gravemente si confundiésemos barbarie con estupidez. Son bárbaros pero no tontos, y la secuencia de los atentados junto a la naturaleza de los mismos nos orienta a una estrategia coordinada. Poco importa a estos efectos que los grupos y grupúsculos terroristas sean puntualmente autónomos en la ejecución de cada singular salvajismo; el conjunto de sus acciones es muy coherente para la consecución de sus objetivos. Y seguramente el primero de éstos sea el de establecer una relación causa-efecto. Los atentados se condenan, cómo no, muy enérgicamente y muy unánimemente, según la naturaleza de los mismos y el lugar donde se produzcan. Pero simultáneamente en los medios de comunicación se abren debates e interrogantes, que en alguna medida buscan los orígenes políticos remotos de los mismos, difundiéndose imágenes y comunicados que exacerban la sensibilidad de la ciudadanía, contribuyendo con el espanto a su amedrentamiento y desarme moral. Magnífico a este respecto, el comportamiento de las televisiones francesas, al negarse a emitir el vídeo entregado por los terroristas que secuestraron a los periodistas franceses a la cadena de televisión Al Yazira.

La invasión de Irak por EEUU ha sido un acto unilateral, prepotente y claramente imperialista. La resistencia armada civil, mas allá de las derivas fanáticas, se puede entender como una guerra inacabada; pero lo que no tiene cabida es que se asocien las condenas a esta guerra con el asesinato de camioneros turcos o trabajadores nepalís. No cabe condenar y después explicar; moralmente no es permisible la relación causa-efecto, lo único éticamente posible es condenar, condenar y condenar.

Igual ocurre con el caso francés. Se puede estar o no estar de acuerdo con el decreto francés, que prohíbe la utilización del velo a las alumnas islámicas en las escuelas públicas francesas. A uno que es un radical laico este decreto le parece magnífico, pero puede entenderse la división de opiniones, lo que resulta inadmisible es que a la hora de condenar el secuestro de los periodistas se relacione con el decreto, porque independientemente de ser el objetivo de los terroristas, la barbaridad del secuestro de los periodistas franceses tan sólo admite la condena del fanatismo integrista: condenar, condenar y tan sólo condenar.

Putin no es un santo y quizás haya notables diferencias entre las elecciones al Parlamento inglés y al checheno, pero esto no tiene ninguna relación con la incalificable salvajada de asaltar una escuela y secuestrar niños, con la práctica garantía, como desgraciadamente así ha ocurrido, de que las víctimas se iban a contar por centenares y que entre ellos habría muchos niños. Sería trágico y un buen tanto para los terroristas que en el análisis de lo sucedido se pusiese mucho más énfasis en evaluar la estrategia del gobierno ruso durante esta dramática crisis, que en el asunto principal, que es la condena sin paliativos y la convergencia de esfuerzos y estrategias para combatirlo.

*Ingeniero y director general de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura