Sí, lo siento, es verdad, las palabras que digo y las que escucho, incluso las insinuadas, éstas quizá aún más, por aquello del juego de la interpretación, me pesan. Y cuando digo me pesan quiero decir que me importan y que las tengo en cuenta, en primer lugar porque considero que es un signo de respeto al emisor, y en segundo lugar, porque son el soporte, entre otros, que hacen tangible nuestro diseño y construcción de la realidad, permitiendo, por tanto, establecer un puente entre los mundos personales y un diálogo entre las existencias, base para una convivencia colectiva.

Admiro, por eso, la oratoria, la ironía y las demás artes que nos aproximan en los juegos creativos del lenguaje, que otorgan importancia a las palabras y a sus capacidades connotativas y denotativas, asumiendo los marcos de referencia y no mezclando las churras con las merinas; y rechazo, en una medida proporcional, la demagogia, la retórica manipulativa y el sarcasmo, porque traicionan la propia esencia de su instrumento, creando falsos y oscuros mundos, donde el receptor pierde la verticalidad y va dando tumbos de lado a lado hasta que pierde el rumbo.

Y uno acepta aquello de donde dije digo, digo Diego , pues todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, sin duda, pero eso sí, con argumentaciones, aceptables o no aceptadas, pero con la seriedad y el respeto que se merecen aquellos que las atendieron. No estamos libres de pecado, y todos cometemos errores y equivocaciones, pero el agua ya llega al cuello, y nos hemos instalado en un lugar del vaso donde falta poco para colmarlo.

Por favor, aunque sea sólo por ellas, por las palabras, y no ya por nosotros, respetemos su uso, salvándolas de su naufragio en los pecios de la demagogia, la retórica manipulativa y el sarcasmo, y llevándolas al puerto de la oratoria, la ironía y el respeto por la comunicación y la creatividad, que es en fin, el respeto por la convivencia.

*Antropólogo