La andadura de la selección española por el Mundial de Suráfrica no ha podido empezar peor. La derrota ante un rival en teoría menor como Suiza, ha supuesto un jarro de agua fría para millones de aficionados, que estaban confiados en que el juego del equipo nacional le inmunizaba contra la derrota, mucho más ante oponentes con un discreto pedigrí y al que ni siquiera la historia le absolvía, porque siempre se le había ganado siempre, en momentos en que la diferencia de nivel entre un conjunto y otro era más pequeña.

¿Qué ocurrió? Ocurrió que en fútbol las ocasiones hay que aprovecharlas: Suiza aprovechó la que tuvo y España... España tuvo menos de las que se esperaba en equipo tan bien armado, de tal manera que lo que inquieta no es el resultado (un tropiezo lo tiene cualquiera, el mejor escribano un borrón echa), sino que la derrota ha llegado a pesar de que la selección, con todos sus titulares a punto, pudo desarrollar su estilo de juego sin que Suiza se lo impidiera: posesión de balón y combinación continua. Con lo cual pocas excusas hay a lo ocurrido. Y temores de que vuelva a ocurrir.