XExs casi impúdico y obsceno que este titulo peleón pueda aparecer como enunciado. Pero también es real, como los muertos mismos que se desangran en los albores del s. XXI. O sea, que desde Aquiles y su tatarabuelo, hasta el simple de Bush, no hemos aprendido nada, si no contamos a los sofisticados armamentos, o a las torturas --ni siquiera exquisitas-- de los prisioneros de guerra. Que yo lleve celebrando tantos años una batalla, es cuando menos sospechoso, y desde luego paradójico, si no fuera porque avatares del curro laboral me llevaran directamente a La Albuera. Un pueblo pequeño; un pueblo extremeño, que a la primera, no tenía porqué diferenciarse de otro. En su suroeste, La Albuera presenta el manto hermoso de una llanura, que se maquilla de estaciones: verdes y ocres; amarillos y marrones. Por lo demás, con el andar ágil de pasos sin prisas, de veranos que esperan el otoño, ya que el invierno no quiere soltar a la primavera. Todo en su sitio, como verán. Pero en la plaza albuereña, el busto de un hombre hierático que vigila desde su podio parece recordar en su gravedad que este pueblo no se fue de rositas, allá por 1811. Ese busto es el del general Castaños, el que, junto a los ejércitos aliados, se opusieron a la ambición y al poder sin límites que pretendía Napoleón. O sea, mas de lo mismo, porque los gobiernos, aliados o napoleónicos, son a la ambición y al poder como el hombre a las ganas de comer. La historia la escriben los vencedores y si están empatados, la escriben con una x los dos contendientes. De lo que nunca se habla es de los verdaderos perdedores, del pueblo, que sufre las medallas y las condecoraciones, las estrategias y los uniformes del generalato, que abandonan las cortes y las cancillerías por jugar a la guerra con la que foguearse el alma. Jamás justificaré una guerra, pero como la imposibilidad de erradicarla es inversamente proporcional a la voluntad de los hombres para crearlas, decido sacar el mayor provecho de su historia. En La Albuera, cada 16 de mayo, la solemnidad de lo militar hace de la mañana un espectáculo digno, serio y casi sagrado. Y no es para menos, porque lo que se conmemora fue una de las guerras mas cruentas de la Guerra de la Independencia Española, con su saldo de 15.000 muertos en solo 5 horas. Himnos, banderas, saludos y condecoraciones para lo que pasó hace exactamente 193 años. El daño está tan olvidado, como los huesos y la sangre que se fundió con la tierra y la lluvia. Son casi dos siglos para que una memoria familiar pueda siquiera sospechar que existió un soldado que se perdió la existencia en un paraje de mieses albuereñas. Pero, sí queda el recuerdo de un horror, fruto del hombre, desde que fue nacido maldito hombre: la guerra. Si --y sigo con la paradoja-- algo de hermoso y entrañable tienen las conmemoraciones de la batalla de La Albuera, es aprovechar su significado histórico, para hablar --aunque sea a sones de clarines-- de libertad, de paz, solidaridad y convivencia de los pueblos. Francia, Alemania, Inglaterra, Polonia, Portugal y España cierran heridas, aunque el luto se pasase hace tantos años. Este suroeste extremeño, desde donde recuerda La Albuera, se convierte en un dichoso parlotear de lenguas, en las que cada una desde su fonética, entiende y comprende el significado de paz. Y no es poco para estos tiempos que corremos. La Albuera instituyó el reconocimiento del Adalid de la Paz y la Libertad . Pérez-Reverte, el presidente Rodríguez Ibarra, la BRIMZ Extremadura XI, Medicus Mundi y el Foro de Ermua se hicieron con un galardón que sólo quedó demostrarles, desde su trabajo, la cooperación por un mundo más justo y solidario. En este 2004 ha sido don José Monleón --Pepe--, valenciano y extremeño, director, autor y crítico imprescindible del teatro europeo. Desde su revista Primer Acto, desde 1957, ha defendido a la palabra y a la libertad. Sería mucha columna la que me llevaría el elogio del hombre: el intelectual crítico que este año ha hablado de la guerra desde la paz. Que no cese el recuerdo de una guerra, para la paz, porque como dijo Monleón de nuestra historia: "Desgraciadamente lo hemos hecho bastante mal". Los hombres, claro.

*Autor teatral