TVtida, amor y belleza son tres entidades que no pueden separarse. Las he visto reflejadas en los niños y adolescentes, que en estos días invadían calles, plazas y parques, con las huchas del Domund en sus manos, poniendo pegatinas en las solapas, mientras una sonrisa de cielo se asomaba por sus ojos. Dialogué con ellos, los escuché y exclamé: ¡qué grandeza de corazón se encierran en la vida de estos jovenzuelos, que juegan en parques bonitos, caminan sobre asfaltos y juegan en sus casas con consolas, teléfonos móviles y otros artilugios... y te hacen recordar a los más pobres de la tierra! ¡Hay tantas gentes rotas, sin vida, amor y belleza...! Recordé mis viajes y conferencias por el mundo de los pobres entre los indios Calchaquíes y Guaraníes. A la mamá que me escuchaba, y ajena a las miradas, daba sin rubor el pecho a su hijo, mientras el papá mirándome atento sostenía al otro pequeño que gateaba por su pierna hasta sentarse sobre las rodillas. Recordé a los niños de la calle en Brasil, comiendo hormigas en un basurero y a los pequeñitos pobres, famélico y enfermos del sida y la malaria en Africa y Asia.

Aquellos adolescentes se marcharon alegres. Seguro que siguieron intentando sacar más sonrisas, algún pensamiento serio y tal vez unos céntimos de euro. Me qué solo y pude aprender esta lección: La vida sin amor es como un árbol sin flores. El amor sin belleza es como flores sin perfumes... como fruto sin semillas. En mi filosofar, como una cascada me llegaban estos pensamientos: amor, vida y belleza tres preciosos ingredientes, que cambiarían este mundo. La vida sin rebeldía ante las injusticias de este mundo es como las estaciones sin primavera. Es más, la rebeldía sin el derecho a que todo hombre sea libre y vivan con dignidad es como la primavera en un desierto árido... Hoy sé, que el camino de la libertad es el amor y que los hombres no hemos aprendido a vivirlo y hacerlo bello.

*Licenciado en Filosofía