Periodista

La primera mujer que me besó era canaria. Mi mejilla se quedó sorprendida con el mua, mua . Mi entendimiento se obnubiló cuando me dijo su nombre: Pino. Lo mismo le pasó a un amigo de Zamora al enterarse de que la chica cacereña que le gustaba se llamaba Montaña y no digamos a un primo mío que se echó una novia de Almoharín a la que llamaba Chuli hasta que la muchacha le confesó su verdadero nombre: Sopetrán. España, en fin, está llena de chicas llamadas Regla, Vega, Prado o Cabeza.

Estos patronímicos tan sorprendentes se deben a la Virgen, que durante siglos estuvo apartada de la iconografía y de la devoción religiosa hasta que la Iglesia cayó en la cuenta de que aquel Dios románico hierático, juzgador, distante y frío necesitaba un contrapunto más tierno y la figura de la Madre fue promocionada hasta convertirse en personaje fundamental del rito católico.

A partir del siglo XII, la iconografía de la Virgen se enriquece y se popularizan libros marianos de milagros como el latino Speculum Historiale , el francés Les miracles de la Vierge o el castellano Los milagros de la Virgen . Aquella eficaz campaña de imagen convirtió a la Virgen María en la madre, amiga y hermana mayor que los católicos necesitaban.

Será a partir del siglo XVI cuando la Virgen empiece a aparecerse. Siempre a almas cándidas y poco sospechosas de supercherías o engaños: inocentes pastores, ingenuos leñadores, candorosos labradores. Y siempre en el campo: en el interior de una encina, en lo alto de una higuera, dentro de una cueva. En esos lugares se levantan inmediatamente ermitas campestres y la maternidad se une a la fuerza telúrica de la tierra, de la fertilidad. Las vírgenes serán del Prado, de la Vega, de la Montaña, del Pino, del Encinar y los fieles de cada pueblo acudirán en romería a venerarla y pedirle amparo contra las desgracias y la traerán al pueblo o la ciudad si hay sequía, peste o guerra civil.

Este proceso dura ya casi mil años y es lógico que la devoción local a la Virgen se haya convertido en un factor social identificador de primer orden. En este contexto hay que situar a la Virgen de la Montaña cacereña y la emoción, llantos y pasiones que desata. Es más, entre la clase política cacereña es lugar común el señalar que el PSOE perdió la alcaldía local en gran parte por dejar que la suciedad de un Womad empañara una procesión virginal. Ahora, la desaparición de su efigie de la medalla de la ciudad ha vuelto a colocar a la Virgen en el centro de la lucha política y el caso amenaza con convertirse en uno de los ejes de la campaña electoral.

Yo me casé ante la Virgen de la Montaña y cuando algún amigo de otra ciudad la llama la chiquinina para vacilarme, me reboto. Pero he de reconocer dos cosas: primera, que la Virgen de la Montaña no tiene por qué estar en la medalla oficial del ayuntamiento de un estado laico... Y segunda: que una ciudad donde la principal baza electoral es su virgen patronal es una ciudad que mentalmente ha evolucionado muy poco desde los tiempos de Gonzalo de Berceo.