TLta caza es el último culto ancestral que sigue vigente. Es un instinto todavía no reconducido por la civilización y la cultura. Ahora se mata, sobre todo, para exhibir poder desde una situación preeminente del cazador. El animal siempre está en desventaja frente a los rifles y las repetidoras. Además, existen los ojeadores que arriman la pieza a los puestos de quienes están al acecho. Así se supone que se cazaban los mamuts. No han cambiado mucho las cosas. Por eso la caza tiene tantas costumbres primitivas y tantos ritos arcaicos. Desde los disfraces con los que se adornan los cazadores, la gestualidad del grupo constituido en tribu, el machismo, el culto a las armas, la exageración y la competencia. El remate es la exhibición de los trofeos: la cabeza del animal se pone a disposición del taxidermista para que esa parte significativa del cadáver disecado ocupe un lugar de honor en el salón atávico del cazador. La humillación del derrotado es el honor del vencedor. Lo peor que le puede ocurrir a un cazador es que acabe él mismo en manos del taxidermista, porque significaría la inversión más radical del rol: el perseguidor habría sido cazado por quien se ha negado a ser su presa para convertirse en su verdugo. El último venado que mató el exministro Mariano Fernández Bermejo no debe de caber en sí de gozo al conocer que la cabeza política de su ejecutor acaba de ser instalada en el despacho de Mariano Rajoy . El exministro desperdició su último minuto de gloria: podía haber dimitido en tiempo y forma. Todos sus altivos gestos que provocaron el delirio de las bancadas socialistas, a los gritos de "¡torero, torero!", han terminado por arrastrarlo. Su salida ha sido a trompicones, por la puerta del desolladero, empujado por las encuestas de Galicia, por la indignación de los propios militantes socialistas y por la cólera del presidente del Gobierno, que, por primera vez, tiene que torcer el codo y entregar una victoria al adversario. Se acabó el monopolio de las cabezas disecadas de los contrarios: el PP se acaba de cobrar su primera pieza, que ya está en manos del taxidermista.