La eterna pregunta de si el hombre es bueno o malo por naturaleza es casi tan antigua como la vida misma, o al menos tan primitiva como el que la representación de la humanidad se siga escribiendo en masculino.

El hombre puede aniquilar a más de 8.000 congéneres en nombre de la unidad de la patria. Así lo hizo Ratko Mladic en Srebrenica. Una matanza cuya justicia, limitada, llega años después, cuando el fantasma nacionalista acecha con fuerza lejos de ser enterrado. La historia, cíclica, se repite hoy en Birmania. De nuevo limpieza étnica, otra orgias sangrienta.

El hombre presume de camaradería y se organiza en manada, así vejar a una chica indefensa. Cinco contra una. Cuánta hombría. Tanta como para esconderse y negarlo después.

Y no importa si eres un Guardia Civil sevillano o un futbolista brasileño, multimillonario y atractivo, goleador en la primera liga italiana. Que estos individuos son lobos cuando van en grupo y cucarachas cuando les toca desenvolverse en solitario. El sadismo no conoce de clases sociales ni apariencias. El ansia de poder sobre ella es un virus demasiado extendido y ahora que se van rompiendo tabúes quizás pueda por fin empezar a ser vacunado. Por todas las víctimas silenciadas.

El hombre puede ser vendido por otro hombre a unos 400 euros cuál esclavo. «Hombre fuerte para trabajar en el campo», se escucha en el reportaje de la CNN. Como si fuera ganado. Porque la dignidad humana aún se mide en tonos de piel y procedencia. Y unos pocos explotan a otros muchos explotados.

El hombre derroca sátrapas y promete democracia. Desmantela naciones y allí donde había un gran tirano aparecen un centenar, más discretos y mortíferos. Antes represión y orden. Hoy represión y caos. Más Estados fallidos. Mismos paraísos fiscales. Dónde lavar si no los beneficios de ese lucrativo negocio que es la guerra, o la trata de personas, o las drogas prohibidas.

Y todos ellos son hombres. Nada de locos. Ni monstruos. Ni bestias. Que las bestias demuestran en su instinto algo que tanto se echa de menos a veces en la condición humana: la empatía.